septiembre 24, 2014

El Amaneramiento del Idioma




A mí me gustan las palabras. Cada una tiene un significado preciso. Incluso cada sinónimo lleva implícita una diferencia de apreciación y de interpretación. Por ejemplo muchacho, joven, gañán, doncel y mancebo son palabras que generalmente se aplican para denominar a un ser humano de 15 a 25 años, alguien en lo que se suele denominar "la flor de la edad".

Pero cada uno es diferente: "Muchacho"  se identifica más con la apariencia juvenil que con la edad que el mencionado tiene. "Joven" es cualquiera que no ha llegado aún a la edad adulta, pero se encuentra cerca. "Gañan" término un poco rural si se quiere, implica un joven que trabaja en el campo, aunque el significado real no sea ese. "Doncel" es alguien que es virgen, no necesariamente joven, y "Mancebo" es alguien soltero.

No presumo de lingüista ni mucho menos, y confieso que soy un absoluto ignorante del tema, pero algo en mi interior me indica cuando debo usar una palabra y no la otra. Hay además otras dos variables a mi entender: la moda y la jerarquía.

Porque hay palabras que se ponen de moda en una época y luego desaparecen de escena, pasando a dormir el sueño del olvido en el diccionario. De joven había términos usados diariamente en la conversación, como "fariseo" o "faruco" por aquel que se rasgaba la vestidura por los marigüaneros, pero que en el fondo le importaba un comino. "Igual es", significaba me da lo mismo, "palta" era una situación preocupante que parecía no tener salida, "trome" era alguien experto en una o mil cosas, y así.

Por otro lado, existe la jerarquía: todos los sinónimos no son iguales. Unos son más elegantes, más aristócratas, y otros más plebeyos, humildes y hasta despreciables. Tomemos la palabra cama por ejemplo: podríamos ir desde catre, lecho, camastro hasta litera, cama, tálamo y algunas otras que debe haber por ahí.

Consecuentemente, y aunque significan lo mismo, no producen el mismo resultado las frases "Vamos al catre" y "Déjame llevarte a nuestro tálamo de amor".

Pero estos prolegómenos son simplemente para tratar de comprender lo que veo que sucede en el lenguaje actual. Indudablemente que el mundo cambia, y con él las sociedades, los modos de vida y por ende los seres humanos.

Mi impresión, muy personal por cierto, es que ahora usamos términos más suaves, más blandos y más hipócritas en comparación a los que usábamos antes. Explicaré porqué esto no me parece correcto.

En el mundo de hoy, por ejemplo, es más fácil despedir a alguien. En lugar de la dura frase "estás despedido", se dice cordialmente "te estamos dejando ir". Para el aludido significa lo mismo, pero al que lo dice, le resulta más fácil y hasta reparador de conciencia. Ergo, lo usará con más frecuencia.

Los autos ya no son "usados". Ahora son "pre-poseídos". Curiosa variante que implica que aunque el auto tuvo un propietario anterior, no necesariamente significa que ha sido usado. ¿Subliminal? Sin duda.
Pero me gusta más "semi-nuevo". Es casi como decir "semi-embarazada"

Su solicitud de crédito ya no es "rechazada" o "denegada". ¡No, por Dios! Ahora es "declinada" o "no aceptada"

Antes, un trámite administrativo que no prosperaba, era porque "no se podía". Ahora es porque "hay un pequeño problema".

Y el nuevo lenguaje no crea palabras ni las pone de moda o las jerarquiza. Les cambia impunemente el significado y la razón  por la cual aquellas fueron creadas.

Ahora que si vamos a hablar de palabras, debemos hallar primero una definición de esta corriente lingüística. Y no se me ocurre pensar en otra que eufemística. Iremos al diccionario para ver que nos dice:

"Eufemismo: Palabra o frase que tiene como finalidad sustituir a todas aquellas que denotan ofensa, mala educación o que no sean bien vistas socialmente."

Otras interpretaciones interesantes al respecto:

"El eufemismo es la manera técnica en la que se nombra al encontrar una forma menos agresiva, dura o grosera de decir las cosas."

"El eufemismo es de uso cotidiano, ya que siempre es necesario encontrar formas más educadas y propias de expresar nuestras ideas para evitar rechazo, problemas sociales e incluso ofender a la gente."

Sin embargo hay en todo esto algo que no logro digerir por completo. Yo tenía entendido que como dice la definición inicial, el propósito es no ofender, ser mal educado (que es casi lo mismo) o no ser visto bien socialmente. En todo caso, parece estar orientado a no hacer daño al prójimo y no ser grosero con nadie.

Pero me pregunto cómo puedo ser menos ofensivo o más educado al decirle a ese prójimo "te estoy dejando ir" en vez de "estás despedido". Vamos, me parece a mí que el golpe que la persona siente es exactamente igual. Se ha quedado sin trabajo y punto.
Y es que el quid del asunto está precisamente en eso: "Voy a decir exactamente lo mismo, pero de una manera que me haga sentir mejor a MÍ y no al prójimo". El prójimo me sigue importando un carajo, con perdón de la expresión.



Recuerdo la primera vez que tuve que despedir a una persona. No pude dormir por tres días. Me enfermé del estómago, me sentía miserable y finalmente encontré el valor para hacerlo. Pero fue duro. Si hace veinte años hubiera podido decirle a esa persona "te estamos dejando ir", ni la siesta se me habría interrumpido. Suena tan bonito, tan amigable y tan democrático...

No quiero opinar en contra de los términos "políticamente correctos", sobre todo ahora que en vez de "viejo" soy un "adulto mayor", aunque no entienda claramente lo que esto significa. Soy mayor que el menor, supongo.  Asumo que debo compararme con el término opuesto.

Para mí, viejo era sinónimo de respeto y cariño. Hasta hoy me refiero a mi padre como "el viejo" y así lo llamaba cuando él tenía cuarenta años. Murió a los cuarenta y tres, pero siempre fue y será "el viejo". No me siento ofendido ni insultado cuando alguien me dice viejo, pero ahora debo aceptar que he sido clasificado con un nombre supongo que más bonito, o menos agresivo. No me molesta. Y hasta comprendo que mucha gente prefiera el nuevo término.

Pero no son esos los vocablos o frases que me irritan. Lo que me molesta es que el nuevo estilo de lenguaje está orientado hacia dentro y no hacia fuera. Es decir, me permite hacer con menos análisis y preocupación, cosas que van a afectar al prójimo tremendamente.

Odio las frases como Fuego amigable, Daño colateral, Limpieza étnica,  País en vías de desarrollo o Técnicas avanzadas de interrogatorio.
A mi entender denotan cobardía y sinceramente, mucho, mucho egoísmo.

No es así como crecí ni es así como soy.

agosto 17, 2014

Un Sueño Políticamente Incorrecto



Después de casi quince años de vivir en los Estados Unidos, todavía me cuesta bastante acostumbrarme a muchas de las interacciones diarias con otros seres humanos en este país.  No cabe duda, es una cultura y un sistema de vida muy diferentes a lo que los latinoamericanos estamos acostumbrados.

A raíz de todos los problemas de salud que he tenido en el último año y de los cuales estoy casi recuperado gracias a Dios, he tenido que interactuar con el sistema de salud americano y con el seguro médico que afortunadamente tenemos. Lleno de contradicciones y absurdos, siempre termina desconcertándome porque no he leído un par de líneas en la factura, en las indicaciones del médico, en fin.

Pero me quería referir a un tipo específico de medicinas, que son sin duda un problema grande de adicción en este país: las medicinas para el dolor o "painkillers" como se les conoce aquí y de los cuales, debido a las cirugías que he tenido, me han recetado una amplia variedad.

Cuando uno toma medicamentos para el dolor, sobre todo "de los buenos", es importante leer las contraindicaciones que tienen. No conducir automóviles, ni operar maquinaria pesada, verificar alergias, problemas hepáticos y renales, y otras recomendaciones que por lo menos a mí, me hacen sentir que con cada pastilla estoy tomando una decisión que podría cambiar toda mi vida. Y parece que cuanto más efectiva es, más advertencias y contraindicaciones tiene.


Hay algo de absurdo en todo esto, ya que se supone que los medicamentos se toman para prolongar y mejorar el nivel de vida. Me pregunto qué pasaría si cada hamburguesa de McDonald tuviera una  liberación de responsabilidad similar (Léase "disclaimer" en inglés) por cada hamburguesa que vendiera. Exactamente como ocurre en las farmacias de este país:
  • – Bienvenido a McDonald. ¿En que lo puedo ayudar?
  • – Quiero una hamburguesa con queso y tocino, papas fritas y una Coca Cola.
  • – Con todo gusto. ¿Me permite un documento de identidad con fotografía?
  • – ¿Para comprar una hamburguesa? Hágame el favor...
  • – Vea señor, estos son nuevos procedimiento que se han implementado para proteger su salud. ¿Tiene usted su documento?
  • – Está bien, aquí esta.
  • – Muchas gracias señor Salmerón. Su orden estará lista en 3 minutos.
Definitivamente, el concepto de "comida rápida" funciona a la perfección. Menos de 3 minutos después:
  • – Señor Salmerón, aquí está su hamburguesa con queso y tocino y sus papas fritas. ¿Dígame, ya ha consumido este artículo con nosotros?
  • – No, es la primera vez que la pido con tocino.
  • – En ese caso, déjeme llamar al cocinero sanitario de turno.
  • – Gracias, pero estoy un poco apurado.
  • – Lo lamento señor Salmerón. Este es un requerimiento legal que debemos cumplir. Y además es por su propio bienestar.
Diez minutos después, el ocupadísimo cocinero sanitario se acerca al mostrador para explicarme las consecuencias de comer una hamburguesa con queso y tocino, si sé que mi colesterol va a subir, que las arterias se me pueden bloquear, que voy a subir más de peso y si estoy consumiendo algún otro tipo de alimento que podría complicar mi digestión y perjudicar aún mas mi salud. Me indica también que debo leer las dos páginas adjuntas en las que están detallados los mecanismos de funcionamiento de los componentes en el cuerpo, los riesgos que estoy tomando y las contraindicaciones que debo saber. Al preguntarme si he entendido, debo contestar afirmativamente para que me den la hamburguesa.

Antes de pagar, debo también firmar una planilla en la que acepto que no me es posible responsabilizar a McDonald por cualquier problema relacionado a la ingestión de la dichosa hamburguesa.

Finalmente, con la hamburguesa fría, chorreando grasa en un pan ya sin consistencia alguna, y unas papas fritas pegajosas y almidonadas, trataré de comerla, pero probablemente termine tirando todo a la basura. Eso sí, separando el papel de la comida, por el asunto del reciclaje.


Volviendo al tema, ninguna de las contraindicaciones en el "disclaimer"  advierte que los sueños bajo la influencia de estos calmantes, suelen ser aterradoramente claros, absurdos y por alguna extraña razón, desagradables. Uno suele despertarse con el corazón latiendo a mil por hora, con sudor frío y sin la más absoluta noción de donde y con quien se está.


Yo hace muchos años que no recuerdo mis sueños, salvo esporádicas ocasiones y suelen haber sido olvidados antes del mediodía. Pero estos sueños quedan grabados a fuego y una semana después, los recuerdo como si fueran hechos reales. 

Es curioso que me olvide de las cosas que deseo recordar y recuerde aquellas que deseo olvidar. Naturaleza humana, que le dicen.

Lo que me ocurrió algunos días atrás con uno de estos sueños me dejó confundido y preocupado, así que quisiera compartirlo. Quiero remarcar que lo que soñé de ninguna manera refleja mis opiniones personales sobre este país y su cultura, simplemente trato de relatarlo tal y como ocurrió.


Como cualquier otro día, antes de acostarme me tomé mis dos pastillitas de Oxycontin  (10 contraindicaciones severas y 63 efectos secundarios posibles, de acuerdo a www.drugs.com. Por cierto, en ninguna parte había una sola palabra sobre pesadillas o sueños anormales).


Conciliar el sueño me toma más o menos una hora y me despierto una o dos veces por un rato. Usualmente a las 5 de la mañana ya estoy despierto y listo para un buen café. No siempre es así, pero es lo más usual.


Esa noche en mi último ciclo de sueño, al empezar a quedarme dormido sentí que me sumergía en una especie de sopor letárgico, en que la conciencia sigue despierta, pero es imposible abrir los ojos o mover alguna parte del cuerpo. Poco a poco empecé a sentirme etéreo (difícil para alguien de mi peso) y repentinamente me encontré en un limbo blanco, cuya mejor descripción sería la de una escena en el cielo de una comedia de segunda clase. Todo parecía ficticio, pero con cierto realismo que me impedía aceptar que era un sueño.


Sin saber realmente qué hacer, comencé a caminar sin rumbo alguno, pues daba lo mismo cualquier dirección, ya que no había caminos ni puntos de orientación. Solo una bruma blanca siempre a unos 10 metros alrededor de mí. Lleno de dudas y temores, me preguntaba si habría llegado al cielo, a una estación intermedia o a la antesala de algo importante y misterioso.


A lo lejos, logré divisar una borrosa silueta y cuanto más me aproximaba, mas desconcertado me sentía. Tenía frente a mí a un anciano rollizo, con barba y pelo muy blancos, vestido sólo con ropa interior blanca y un par de botas negras. Sin embargo, no es eso lo que me confundió. Lo curioso era que el hombre estaba sentado en un escusado, blanco también, calzoncillos abajo y leyendo el periódico, haciendo notoriamente sus necesidades fisiológicas. Digo notorias porque eran ruidosas y las emanaciones eran dolorosas al olfato.
De todas maneras, era la primera persona que me podía dar una idea de donde me encontraba y qué estaba pasando, así que con la mayor normalidad posible, le pregunté, como para entrar en confianza, que es lo que estaba haciendo. Su respuesta fue la única que no esperaba:


  • – ¿Cómo, no ve? Estoy buscando trabajo, pues.
  • – ¿Trabajo? ¿Aquí? ¿Y qué sabe hacer usted?
  • – Me parece que usted no se da cuenta de nada, jovencito. Vamos a dárselo fácil: Yo soy Papa Noel y justo después de la última Navidad me quedé sin trabajo. Me pusieron en la calle a mí, mis renos y mis duendes.
  • – ¡Pero eso no puede ser! Siempre tiene que existir Papa Noel. Es parte de los más gratos recuerdos de la niñez. Y estoy seguro que hablo en nombre de millones de niños y adultos que disfrutaron de su leyenda, de sus cuentos, y sobre todo de los regalos.
  • – Oiga joven, usted sigue sin entender nada de nada. La Navidad continúa, y Papa Noel también. Solo que el trabajo se lo han dado a otro.
  • – ¿Qué pasó? ¿Usted no hacía bien su trabajo?
  • – A las mil maravillas. Nunca una queja, siempre a tiempo, impecable y amable. Pero surgió un movimiento a favor de la diversidad Navideña, y en el gremio de Trabajadores Afro Americanos de la Navidad - TAAN (Afro American Christmas Workers o AACW por sus siglas en inglés) - elevaron una solicitud para que con el tema de igualdad de oportunidades, le dieran el trabajo de Papa Noel a uno de sus miembros.
    Inmediatamente el Senador por Alaska apoyó la moción, así como la Asociación Nacional para la Superación de la Gente de Color (NAACP o National Association for the Advancement of Colored People), y otras entidades a favor de la diversidad. Las redes sociales hicieron lo suyo y Tweeter y Facebook abrieron hashtags y páginas a favor.
  • – Cuando me di cuenta, me llegó una carta del Polo Norte agradeciéndome mis leales servicios, pero que ya era tiempo de cambio.
  • – ¿Y qué va a pasar ahora? Francamente me deja usted alelado.
  • – El próximo Papa Noel es afro americano, los renos han sido reemplazados por búfalos africanos y mis duendes por pigmeos de África Central. Me pregunto cómo volarán esos búfalos. No va a ser fácil entrenarlos. ¿Cómo harán los pigmeos con el frío que hace en el Polo Norte? No sé, no sé...
    Me imagino que los renos se quedarán por los bosques del norte. Aunque me es difícil visualizar una realidad así.
    Con decirle que el pobre Rudolph está en rehabilitación, pues se deprimió tanto con la noticia, que se dedicó a las drogas. Tuvo el problema de joven, pero se había recuperado estupendamente. Ahora tiene la nariz como una fresa gigante.
  • – ¿O sea que este año Papa Noel va a ser negro? Eso no tiene sentido, ni pies ni cabeza. Desde que se inició la tradición, Papa Noel ha sido blanco y sonrosado. ¿Y ahora va a ser negro y con la barba blanca?
  • – Definitivamente no puedo hablar con usted, Le agradeceré que no repita esa palabra cuando se dirija a mí. El término correcto es afro americano. El que usted usa es altamente ofensivo. ¡Que tenga usted un buen día!

Me tuve que retirar. El hombre se veía sumamente alterado. Sinceramente yo usé la palabra "negro" porque es mas cortita, sin pretender ofender a nadie, pero el pobre había tomado el tema de los términos apropiados muy en serio. Ni modo. Seguí caminando, pero seguía tanto o más confundido que antes.

En mis sueños, y en los sueños de muchos, me imagino yo, muchas situaciones absurdas como en la que yo me encontraba, no son cuestionadas, sino que se asume que son parte natural de una nueva realidad. Por ejemplo si en mis sueños se aparece mi hermano, y lleva puestas unas zapatillas rojas, algo que en la vida real difícilmente haría, me llamaría tanto la atención que la sospecha de estar en un sueño interrumpiría súbitamente toda la trama. Pero si apareciera saltando desde lo alto de un edificio de diez pisos, me parecería la cosa más natural del mundo.

Mientras más caminaba, más extraño sentía el ambiente, y donde miraba podía vislumbrar a lo lejos borrosas siluetas sin forma definida, por lo que decidí caminar al azar, que era lo mismo que trazarme un rumbo, pues no tenía ningún punto de orientación. No habían caminos, la luz blanquecina era uniforme y la bruma permanecía a mi alrededor.

Al poco rato, el ruido de voces me llamó la atención, y al acercarme pude ver que era un  grupo de negros, perdón, afro americanos, jugando a los dados en el piso. Todos ellos eran altos y fornidos y estaban muy bien vestidos con frac, corbata y guantes blancos. Aunque la indumentaria estaba limpia y de buena calidad, se notaba que conoció mejores tiempos. Las mangas de la camisa y los bordes de la levita se veían sumamente gastados.

Estaban tan concentrados en el juego que no se percataron de mi presencia hasta que en una pausa, me atreví a preguntarles si sabían dónde me encontraba. En vez de responderme, empezaron a preguntarme que como había llegado allí, que si ya había encontrado trabajo y si los podía recomendar para cualquier cosa. Una vez más, volví a preguntar qué hacían allí y a que se dedicaban.

Entonces el moreno más anciano, que ya tenía algunas canas, me dijo:

-        Nosotros somos cargadores de ataúdes en cementerios y nos hemos quedado sin trabajo hace ya tiempo. Hemos hecho esto por tantos años que prácticamente es la única habilidad que tenemos. Por eso mismo lo hacemos a la perfección. Cargar un féretro no es cosa de juego. Hay que pensar que el servicio tiene que ser perfecto, pues se debe respetar el dolor de los deudos. Como ve, somos fuertes, altos, y casi de la misma estatura. Cuando caminamos con el ataúd parece que éste flotara en el aire. No es fácil, no.
-        ¿Pero qué pasó? Siendo tan buenos en eso, ¿Por qué los botaron? ¿Drogas, alcohol, inasistencias?
-        De ninguna manera, mi amigo. Lo que pasó es que un buen día se nos acusó de exclusión y discriminación, pues como ve, somos todos afro americanos. Se planteó una demanda de la Cofradía Irlandesa Americana (Irish-American Brotherhood o IAB) en la que se decía que por años habíamos hecho este trabajo sin dar oportunidad a otros gremios o etnias que tenían el mismo derecho y aparentemente la misma capacidad para hacerlo.
-        ¡Pero los que siempre se quejan son ustedes, los afro americanos!
-        Los tiempos han cambiado mucho. Ya no es como antes. Demás está decir que primero la ciudad, después el estado y finalmente todo el país, apoyaron esta iniciativa  y de buenas a primeras nos vimos todos en la calle mientras que los cementerios estaban llenos de irlandeses grandes y pelirrojos, nariz hinchada  y cara de muy pocos amigos.
No hemos vuelto a ningún cementerio pero creo adivinar que no les debe haber sido fácil el armar los equipos, pues cuando empezaron lo único que hacían todo el tiempo era discutir y amenazar con irse de golpes a cada momento.
Ahora dígame, ¿no tiene usted un trabajito, algo que pudiéramos hacer?
-        No, lo siento mucho. Yo estoy perdido y tratando de salir de este lugar. ¿Usted me puede ayudar con eso? No tengo idea de cómo llegué y qué estoy haciendo aquí.
-        Bueno, lo que le puedo decir es que este lugar es donde vienen a parar los inútiles. No me malentienda por favor. Me refiero a aquellos que por una u otra razón no son de utilidad para esta nueva época. Es decir, inútiles, pues.

Sentí un escalofrió espantoso que me recorrió toda la espina dorsal. ¿Así que algo o alguien me había catalogado como inútil y me había archivado en este limbo desabrido y aburrido?

Por enésima vez en mi vida, decidí empezar a luchar de nuevo contra esta nueva adversidad. Este monstruo informe y despiadado que sin consultar ni avisar, me había desterrado del mundo real, de mis dolores, angustias y sufrimientos.

No podía dejar que esto ocurriera, así que me despedí del anciano y empecé a caminar con más prisa, sin rumbo aun, pero con un objetivo claro.
Sumido en mis pensamientos y resoluciones casi tropiezo con un poste. Al no poder ver la parte superior, no sabía si era de alumbrado o solo para sostener cables. No me di cuenta tampoco que abrazado al poste estaba un individuo de muy pequeña estatura, al que en mis tiempos se les denominaba enanos y que ahora se identifican como "pequeñas personas”, al que casi atropello.
Sin embargo, el pequeño personaje ni se inmutó. Es más, creo que ni se dio cuenta de mi presencia, tan absorto estaba mirando hacia arriba. Vestía librea y tenía puesta una peluca blanca como las que se usaban en la Francia de Luis XV. Ante tan curioso atuendo, hube de interrumpirlo para hacerle las preguntas de rigor con la curiosidad que me comía vivo.
-        Estoy tratando de ver para dónde van los cables de este poste. Es el primero que veo en casi un año que estoy aquí y estoy seguro que me llevará a algún lugar donde pueda conseguir un trabajo.
Acostumbrado ya a estas situaciones absurdas, le pregunté qué trabajo estaba buscando.
-        Pues yo era pasador de páginas para pianistas en las orquestas sinfónicas. Como el pianista toca a dos manos, se necesita alguien que le pase las páginas de la música. Debido a mi corta estatura pasaba desapercibido, pero en caso que alguien me viera, se daría cuenta de mi importancia por la elegante vestimenta que llevo y no desentonaría de ninguna manera en un ambiente tan exquisito.
-        ¿Y por qué  perdió el trabajo?
-        La Organización de Personas Altas (TPO por sus siglas en inglés) elevó su protesta, porque este trabajo solo se lo daban a Personas Pequeñas, lo cual era discriminatorio y anti inclusionista, así que tras una breve campaña en contra mía y de mis compañeros, se nos despidió y se contrató a Personas Altas solamente. Es todo un problema, pues deben medir más de un metro noventa para postular y ya están exigiendo un seguro médico adicional, debido que el estar tanto tiempo agachados o de cuclillas les está creando problemas en la columna.

Me alejé a toda prisa. Ya no podía seguir escuchando más quejas de desplazados o inútiles. Era una tortura terrible. Decidí seguir caminando y ya no perder el tiempo hablando con esta gente que lo único que hacía era angustiarme y deprimirme más.

Tuve suerte, pues tras unas horas, encontré un edificio inmenso, lleno de gente muy apurada, que caminaba de un lado a otro con voluminosos expedientes bajo el brazo.
Lleno de entusiasmo, pues un edificio como este representaba algún tipo de autoridad y operatividad, lo que me hizo creer que podría salir de allí.
Me acerqué al área de recepción, donde varias señoritas atendían al público. Tuve la suerte que una me ofreciera su ayuda casi de inmediato.
-        Señorita, disculpe usted, pero estoy perdido. No sé cómo llegue aquí y no sé cómo irme. ¿Me puede ayudar? Por lo menos decirme donde me encuentro, por favor
-        Con mucho gusto señor. Está usted en el "Ministerio de Asuntos Étnicos y Raciales". Somos la entidad que define las etnias y defiende sus derechos, y por consecuencia, nos encargamos de todos los grupos minoritarios, marginados, maltratados u olvidados. También nos encargamos de depurar el lenguaje para evitar que algún ser humano sea identificado con términos ofensivos. Lo que se conoce como "políticamente correcto", vaya.
-        No sabía que existía una entidad así. ¿O sea que ustedes son los que definieron los términos nativo americano, afro americano, blanco, hispánico, etc.?
-        Efectivamente. Al principio fue bastante simple. Hicimos grandes grupos humanos de acuerdo a las etnias y clasificábamos a las personas por los rasgos propios de cada biotipo.
-        No veo que la cosa se pueda complicar mucho más después de eso. ¿O sí?
-        ¡Ay señor! Si usted supiera... Cada día se pone peor y ya no nos damos abasto para atender todas las solicitudes, denuncias, reclamos y quejas que recibimos.
Solo para darle un ejemplo, acabo de recibir una solicitud para la creación de una etnia adicional. La "Agrupación de Bosquimanos Americanos" (ABA) nos exige que creemos una etnia con ese nombre.
Mi compañera recibió ayer otro requerimiento similar  de los  "Luchadores Independientes del Movimiento Vaisia Dravidiano Americano" (LIMVDA), procedentes de algunas provincias del sureste de la India. Parece que tienen un color de piel más oscuro que el de los africanos, pero con otro origen étnico.
-        ¿Y estos dos grupos, como  están clasificados ahora?
-        Bueno, ambos son afro americanos y la mayoría de sus rasgos genéticos coinciden con esta etnia. Aparentemente, ambos grupos tienen sentimientos muy negativos hacia los africanos y se sienten ofendidos de ser denominados de esa manera.
-        No sabía que hubieran tantos bosquimanos de origen en los Estados Unidos.
-        No, sólo son 36, pero también tienen derechos. El otro grupo es un poco más grande. Algo así como 43 o 44 miembros, pero son muy apasionados al respecto.

A este punto, mi desesperación y confusión llego al límite, y me desperté con una angustia tremenda y la respiración muy agitada. Últimamente me toma más tiempo recuperar noción total de mi entorno, pero finalmente logré ubicarme y agradecer a Dios que no fue más que un sueño.

Sin embargo, me quedé pensando por varios días en este absurdo sueño y en las discusiones que tengo con mis hijas sobre el uso de términos políticamente incorrectos.

Como ejemplo, hace unos días, al ver por primera vez con ellas un "reality show" que trata de personas pequeñas y de cómo su vida trata de ser normal a pesar de todos los desafíos que les impone su estatura, exclamé:

-        ¡Todos son enanos!
-        ¡Papá! Esa palabra ya no se usa. Se les llama personas pequeñas.
-        Pero el término correcto es enano. Incluso en medicina, se usa la palabra para denominar la insuficiencia de tamaño.

Con ellas hay que usar argumentos poderosos y contundentes. De otra manera, me envuelven con sus conocimientos de la nueva realidad, recurren a "Google" en el "iPhone" inmediatamente y encuentran la manera de refutar todos y cada uno de mis argumentos.

Simplemente me respondieron:

-        No estamos hablando de medicina. Estamos hablando de sociedad. Y esa palabra es ofensiva y peyorativa para ellos.

Era inútil discutir. Al querer llevarme a los temas sociales, ellas y yo sabemos que llevo las de perder. Tengo que dar la discusión por terminada.

Pero mi realidad es otra. Siendo yo de corta estatura, incluso en el Perú, aquí en los Estados Unidos estoy muy por debajo del promedio de la población. En otras palabras, soy pequeño, y para usar un término clasificatorio, soy una persona pequeña. Es decir, "era" una persona pequeña.

Ahora los seres humanos que padecen de enanismo se han apropiado del término y yo tengo que buscar un término que pueda usar, pues el que me correspondía ha sido usurpado. 

¡Exijo una explicación!  Mientras tanto, lo pienso dos veces antes de tomar una pastilla para el dolor antes de dormir.

febrero 04, 2014

Desde el Colegio


Pancho no sabía cómo fue que pasó. Hace poco había salido del colegio y después la vida transcurrió tan rápido. Las promesas, los abrazos de despedida, las amistades para siempre, las grandes expectativas y el sentimiento maravilloso de saber que el mundo era suyo y de pronto estaba sentado en su cama a las seis de la mañana, en calzoncillos y esperando encontrase con un día de mierda en la oficina. Su mujer no se levantaría hasta las diez por lo menos.

A los 52 años, Pancho trabajaba en una empresa donde su cuñado había logrado colocarlo después de estar desempleado por más de un año. Tenía seis meses allí y su trabajo consistía en revisar los inventarios de materias primas y productos terminados. Tenía que caminar todo el día y contar cada maldita caja, perno y lata que hubiera en stock. Siempre era preferible a tener que hacer taxi toda la noche.

Hijo único de una familia de clase media alta, su padre tenía un alto puesto en una gran compañía alemana, y vivían estupendamente. Fue a los mejores colegios, tuvo los mejores juguetes y a los trece años ya conocía casi la mitad del mundo. Era evidente que Pancho estaba destinado a hacer grandes cosas.
Ingresó a la Universidad a estudiar derecho. Le gustaba el ambiente, y su mente se abría a muchas cosas nuevas para él. Se familiarizó con la injusticia, el sufrimiento de los más pobres y empezó a leer a Roger Garaudy, Gorki y al Che Guevara además de todo lo que le pusieran por delante en la facultad. El joven poeta y guerrillero Javier Heraud, muerto en la selva peruana por el ejército, pasó a ser su modelo de vida.

Poco a poco, se indoctrinó con los movimientos revolucionarios de todo el mundo. Cuba era la luz a seguir y sus programas sociales extraordinarios. Cuando se dio cuenta, tenía un tutor, Coco, en la facultad. Se reunían a diario y los fines de semana. Un sábado, al llegar al café del Rímac donde se reunían, había 2 personas más. Se presentaron como los camaradas Diomedes y Leoncio. A partir de allí, cada fin de semana se encontrarían sólo ellos. Coco nunca más se le acercó. Aprendió técnicas de reglaje, uso de armas, manejo de explosivos y la filosofía maoísta del comunismo. Todo esto era difícil, ya que no podía tomar notas y no había textos ni diagramas que seguir.  

Un día Leoncio le manifestó que había llegado su momento en la revolución. Le dijo:

-        Hoy el partido ha decidido darte la oportunidad de diferenciarte entre ser niño y hombre. Tu nombre será "Teodoro" desde ahora. ¿Estás dispuesto y disponible?

Pancho se sentía imbuido de una mística superior: ¡Estaba cambiando el mundo! La suerte de poder ser parte de este silencioso y efectivo movimiento, lo llenaba de dicha. En un susurro cargado de lágrimas de emoción, dijo "¡Sí, estoy dispuesto!"

Sin darle mucha importancia a la reacción de Teodoro, Diomedes pasó a darle los detalles del operativo. Necesitaban urgentemente fondos para la compra de equipo y armamento. Teodoro y tres compañeros más asaltarían el banco Continental de Corpac, urbanización desértica y en crecimiento. Su papel era muy simple: reducir al policía que estaba en la entrada armado con una pistola que probablemente no había sido usada en años. El llevaría una metralleta y sólo tendría que hacerlo entrar y obligarlo a echarse en el suelo. 

El día esperado llegó. Teodoro esperaba en la esquina indicada hasta que llegó un taxi negro que se detuvo a su lado. La puerta se abrió y sin hablar, al momento de entrar le dieron un pasamontañas y una metralleta AKM. Nadie hablaba. Teodoro los observaba y se veía tan diferente a pesar de la igualización del pasamontaña y el color negro de la ropa. Las manos oscuras, callosas y gastadas. Y el olor a miedo en vez de unirlos los separaba más y más.

Llegaron al Banco. El chofer se cuadró en la puerta, y el que parecía el líder sólo dijo: "Ahora" y salieron todos corriendo. Teodoro dio dos pasos y se encontró con el policía delante de él. Sólo le dijo temblorosamente, como le habían enseñado: ¡Pasa, pasa adentro huevón!  El hombre obedeció sin chistar.  Todo pasó tan rápido que cuando se dio cuenta ya estaban saliendo con el botín y fue ahí que el policía le arrebató el AKM escudándose con su cuerpo. Los demás salieron corriendo, tomaron el auto y lo dejaron.

Gracias a las influencias de su padre, Teodoro pasó a ser Pancho de nuevo y el asunto no trascendió a la prensa. Pero en Lima todo se sabe. Pancho quedó marcado. Tuvo que dejar de ir a la facultad y consiguió trabajo en un ministerio donde le debían algunos favores a su padre.

Pronto se dio cuenta que el vecindario en general lo evitaba y terminó haciendo amistades en el ministerio. Dejó de frecuentar Miraflores y San Isidro y empezó a sentirse más cómodo en Lince y Breña. Aun así, percibía que lo veían como un intruso. Las castas sociales se hacían sentir mucho más allá del color de la piel, pero se acostumbró, y con esa imperceptible dejadez tan limeña dejó las cosas pasar.

Un día se enamoró y después de un tiempo razonable, se casó. Tuvieron dos hijos, la parejita soñada. A estas alturas, Pancho ya sufría por mantener a la familia con sus magros ingresos de asistente en el ministerio.

Decidió visitar a sus amigos del colegio, y ver si alguno de ellos lo podía ayudar, ya que la mayoría era profesional y algunos incluso manejaban sus propias empresas. Fue recibido siempre con afecto, pero recibía ese "no" disfrazado, blando y gaseoso.

-        Si, Panchito, apenas sepa de algo, te aviso. En este momento no estamos contratando, pero ya saldrá algo, no te preocupes
-        Pancho, mi hermano, tenemos al jefe de Auditoria con cáncer terminal. En unos seis meses la plaza ya debe estar libre y te llamamos al toque.
-        Mira hermanito, lo que hay ahorita no es como para ti. Llámame en unos cuatro meses. Aquí te dejo mi directo. Tu di nomás que has estudiado conmigo.

Nunca lo llamaron ni le contestaron. Se cansó de insistir y poco a poco llegó a la triste conclusión que la sociedad limeña lo había quemado. Su padre empezó a ayudarlo, pero le era imposible colocarlo en ninguna parte, e incluso él había tenido problemas por ser "el padre de un terruco". Estaba por retirarse y muchos de sus contactos en el gobierno habían dado paso a los funcionarios de la "Nueva Democracia".

El cáncer de su mamá acabó con ella y con su padre, además de casi todos los ahorros que poseían. En menos de un año fallecieron ambos y Pancho heredó la casa de Miraflores y los dos autos. Quedaba aun un poco de dinero de los ahorros y el seguro, y Pancho decidió mudarse a Miraflores y empezar de nuevo.

Los problemas empezaron cuando no pudo matricular a sus hijos en ningún colegio de primera categoría. Era curioso que narcotraficantes y políticos corruptos no tuvieran el mismo problema. Terminaron ambos en un colegio nuevo, con nombre de presidente americano. Era un colegio recién fundado y recibía a "cualquiera". Sus hijos fueron al "Clinton". ¡Ironías de la vida!

Pancho no quería entender porque los vecinos lo saludaban fríamente, los amigos del barrio no contestaban las llamadas o preferían claramente ignorarlo en los encuentros casuales camino a la iglesia o a la farmacia. Se negaba conscientemente a aceptar que casi quince años después, el estigma de Teodoro lo seguía persiguiendo.

Pero la realidad era que su situación no mejoraba. En el ministerio había subido en el escalafón de Nivel 5 Grado 4 a Nivel 5 Grado 1 en más de 25 años y la inflación galopante parecía hacer polvo sus ingresos en dos o tres días.

El tiempo tampoco fue generoso con Pancho. Por el contrario, lo amargó aun más y empezó a convertirse en un personaje solitario, resentido y sobre todo, molesto con esta ciudad de mierda que se esforzaba en no dejarlo avanzar. Cada año era peor que el anterior.

Un día llegó al ministerio y se enteró que había sido elegido para ser parte de los que tomarían  la "renuncia voluntaria", con incentivos económicos que de acuerdo a todos los cuadros estadísticos que les mostraron, le permitiría disfrutar de una renta mayor a su sueldo o mejor aún, poner un negocio.

Pancho, con su candorosa ingenuidad, aceptó de inmediato. Lo que la "Nueva Democracia" no le dijo fue que el interés prometido era ofrecido por una organización que lo hacía públicamente pero de forma ilegal. Sin embargo, los dejaron funcionar por unos años sin intervenirla. Era un esquema de pirámide, pocos meses después, fue cerrada por el gobierno y Pancho perdió sus ahorros y su trabajo.

Volvió a recurrir a sus antiguos amigos, esta vez en tono de súplica desesperada, pero las respuestas fueron casi idénticas de los pocos que aceptaron recibirlo.

Abatido y con las obligaciones que se le venían encima, tuvo que dedicarse a hacer taxi en las noches, mientras durante el día buscaba trabajo. Finalmente, obtuvo el trabajo en el que estaba actualmente, gracias a su cuñado.

Un día, caminando por la Avenida Larco, la calle más comercial e importante de Miraflores, le pareció ver a lo lejos alguien conocido. Conforme se acercaba, el corazón le latía más de prisa.  ¡Parecía su amigo Pablo, su mejor amigo en el colegio, que se fue a estudiar a los Estados Unidos apenas terminó el colegio! Ya de cerca, ambos se reconocieron y se confundieron en un efusivo y emotivo abrazo.

-        ¿Pablo, que ha sido de tu vida? Te fuiste y nadie supo nunca más nada de ti. ¡Qué gusto verte hermano!  
-        ¡Lo mismo digo Panchito! Estás igualito. Un par de kilos más, pero los años no pasan por ti. ¿Cuántos van ya desde que salimos?
-        Ya van a ser 35 años. Parece mentira cómo pasa el tiempo. ¿Y estás de paso por Lima o te has radicado aquí?
-        Bueno, estoy en proceso de venirme definitivamente. Tengo algunos negocios en los Estados Unidos que estoy liquidando, pero eso toma tiempo. ¿Y tú?
-        Bueno, yo trabajo en el área de inventarios de una empresa industrial muy grande. Y ahí vamos.
-        ¿Ya almorzaste Panchito? ¡Vamos, te invito!
-        De ninguna manera, Pablo. Lo que tienes que hacer es venirte a comer a la casa en la noche. ¡Conocerás a mi mujer, que cocina de maravilla!
-        No quiero imponer nada, Panchito ¿Seguro que tu mujer no te va a hacer problemas? Ella ni sabe quién soy.
-        ¡Por favor, hermano! ¡Como se te ocurre! Todo lo contrario. ¡Va a estar muy feliz de que haya encontrado a mi mejor amigo del colegio!

Pablo estaba muy bien vestido, con saco y corbata, y se notaba que era muy prolijo en cuanto a su aspecto personal. Pancho se sintió un poco corto, pues estaba con una guayabera y unos pantalones de gabardina que tenían muchos veranos encima. Le dio la dirección de la casa, algunas indicaciones y se despidieron.

Al llegar a su casa, le comento muy entusiasmado a Olga su fantástico encuentro y que había invitado a Pablo a comer. Ella, mortificada, le dijo

-        No sé de dónde vamos a sacar plata para esta comida. Como no le demos arroz con frejoles y pan frio, no va a comer nada.
-        ¿Tú no entiendes, no? Pablo se está mudando a Perú, y aquí piensa poner una exportadora muy grande. ¡Estoy seguro que me ofrecerá un puesto importante! El está a otro nivel y no como estos pelagatos que no me han querido ayudar.
-        Yo ya no creo en nadie. Mira de donde sacas plata para la comida, porque de verdad, no hay nada y yo no tengo un centavo.

Pancho silenciosamente salió y subió a su auto. Verificó que tenía el letrero de "TAXI" en la guantera y esperó a llegar a Surquillo para ponerla en el parabrisas.

Después de tres horas, había reunido lo suficiente para una comida decente. Llegó a casa y salió con su mujer a comprar. En el camino le dijo:

-        A ver si haces algo para que tu hija no se presente con esa ropa que está usando ahora. Parece una prostituta de "Taxi Driver"
-        Y tú dile a tu hijo que no salga de su cuarto. ¡Con ese aspecto gótico es capaz de asustar hasta a Drácula!
-        No te preocupes, que ya casi no sale. Vive solo de madrugada.

Estas pullas y culpas compartidas eran catárticas para ambos. No habían podido criar a sus hijos como hubieran querido, ya que los problemas económicos y sociales de ambos habían tenido siempre la prioridad.

Olga preparó una comida estupenda para el escaso presupuesto. Pablo quedó muy impresionado y repitió dos abundantes platos. Comentaron sobre el futuro y las posibilidades de trabajar con Pancho, ya que siempre se necesita alguien de confianza.
Pablo no solo le aseguró, sino que le exigió que renuncie apenas comenzara su compañía a operar en Lima. Olga y Pancho sentían que se les abría la puerta que había estado cerrada por tantos años.

Se despidieron entre abrazos y besos, prometiendo repetir la ocasión apenas Pablo estuviera establecido, que sería en unas pocas semanas.

Pablo empezó a caminar lentamente por las calles húmedas de Miraflores, y a una distancia prudencial encontró una caja de cartón llena de basura. Sigilosamente se acerco y arrancó  uno de los lados de la caja. Aun caminando, sacó una pequeña navaja y empezó a cortar el cartón, dándole la forma de una suela de zapato. Repitió la operación y se detuvo. Se sacó uno de los brillantes zapatos y puso una de las suelas dentro del zapato. Hizo lo mismo con el otro. Pudo apreciar que los huecos de las suelas eran ya de tamaño considerable. Tendría que ir pronto a Tacora a comprarse otro par para "reencaucharlo"

Contento, y con el estómago lleno, pensó que no tendría que preocuparse de comer por dos días más.