noviembre 03, 2023

Jacobo, el Árbol

                                                     

  Así como las flores son endulzadas por el  sol y el rocío, este viejo mundo es más brillante por las vidas de seres como tú.

Poema en la lápida de Bonnie and Clyde  


La noche tenía esa frescura propia del rocío, el viento y la tenue lluvia. La temperatura era ideal, templada y húmeda. Pálidamente, la luna alumbraba con suavidad la tierra. En ese instante, Jacobo, el roble rojo, entendió con alegría lo que sucedía.

A corta distancia de Jacobo, vivía Juan Diego, hombre maduro y adusto, en una pequeña y humilde casa. Pintor por vocación y silencioso por naturaleza, vivía alejado de la ciudad, en el Sur de Texas.  Miró la pradera por la ventana y sus árboles, a corta distancia. Ante la plácida vista, Juan Diego experimentó la misma sensación que Jacobo y por la misma razón. Escalofríos de alegría recorrieron su cuerpo, y el alma salió a celebrar el acontecimiento.

¡Había llegado la primavera! La brisa hacía vibrar al bosque entero. La energía que brotaba del suelo, los cantos de los pájaros en los más diversos tonos, las ardillas que se aventuraban a salir de sus refugios, eran todas maravillas que la Naturaleza regalaba en cada estación primaveral.

 Para Jacobo, un roble rojo del sur de Texas con más de ochenta años y treinta metros de altura, aquello le decía que tendría un año más de vida. El invierno había sido duro, con temperaturas por debajo de los índices normales, ventiscas arrasadoras, y tormentas de nieve y granizo. Cada vez parecía mas frio y cruel. En esta ocasión había causado la muerte de muchos rosales, y flores silvestres que ya no volverían a brotar.

 Jacobo no podía saber si era joven o viejo, y la verdad, no le interesaba. Sólo pensaba en sus nuevas hojas, en las bellotas que colgarían de sus ramas, y en los miles de aves que regresarían para la primavera. Sus ramas se verían llenas de nidos de gorriones, zorzales, colibríes, ruiseñores y sus trinos generarían las melodías más hermosas que jamás pudieran escucharse.  

 Podría sentir la sombra de las águilas en lo alto, navegando despacio y con elegancia por encima de la llanura. Los gavilanes, más pequeños y menos audaces, harían lo mismo a menor altura y a prudente distancia.

 En alguna parte de sus frondosas raíces, Jacobo guardaba memorias de temporadas pasadas y tenía la mortificante sensación de que los inviernos eran más fríos y los veranos, casi mortales.

 Juan Diego, con intereses diferentes, pensaba en aquellas tardes primaverales en las que, como siempre, disfrutaría a la sombra de su árbol. Muchos hermosos recuerdos dormían a la sombra de Jacobo, el roble rojo de Texas y su entrañable compañero.

 Cuando el nació, muchos años atrás, Jacobo era ya un hermoso y frondoso roble rojo que pasaba desapercibido en la espesa vegetación. Siempre sintió un lazo especial que los unía.

 Apenas le fue posible, escapó a la pradera y marchó hacia Jacobo. No supo nunca cómo ni porqué, pero su corazón se había apropiado del roble en una relación que duraría toda su vida.

 Jacobo vio los primeros pasos de Juan Diego, sus primeros juegos, sus inútiles esfuerzos por treparlo, y fue el quien lo bautizó como Jacobo, Su primer romance y sus primeras pinturas ocurrieron a la sombra de él. Vio la transformación de Juan Diego de un niño vivaz y travieso a un joven positivo y entusiasta que siempre se hacía cargo de él y de toda la vegetación de la pequeña finca. Al tiempo, sus padres fallecieron y su hermana se fue a vivir a Kansas, por lo que se quedó solo en la cabaña. No se casó y fue siempre un hombre digno, amigable y sobre todo con un gran amor por la naturaleza.

 La primavera transcurrió como siempre, luminosa y demostrando ser un homenaje a la vida.

 Tan feliz como la primera vez, vio sus verdes hojas nacer y crecer, a las aves construir sus nidos y cuidar a sus pichones. Todos los días, con la templada temperatura de la primavera miraba con amor a sus árboles cercanos y disfrutaba del cielo azul y el sol radiante que cubría con su luz y calor todo lo que le rodeaba. En resumen, fue una primavera plena y tonificante. Pero poco a poco, el calor aumentaba y el verano amenazaba con una estación dura y calurosa. Jacobo, acostumbrado ya a las ínfulas e inclemencias del verano, no se preocupaba mucho. Ya había vivido muchos años con él, y sentía que podría enfrentarlo sin problema alguno.

 Cuando empezó a subir la temperatura a un ritmo acelerado, sintió que este verano sería diferente, más difícil de soportar para mucha de la flora y fauna de la región. Cada día era peor que el anterior. No llovía y veía secarse las plantas y flores con rapidez y a las aves y animales, emigrar antes de tiempo para buscar lugares más frescos donde pudieran sobrevivir.

 Notó que sus hojas se estaban volviendo amarillentas más que anaranjadas y rojizas, como era usual cada año.

 Luego vio que empezaban a secarse y vio a sus ramas perder la flexibilidad que las caracterizaba. Algunas incluso se rompieron y cayeron al suelo con estruendo

 Sus nidos fueron abandonados, y comenzó a sentir una debilidad extraña, algo así como una mayor fragilidad. Cada día, la temperatura aumentaba y sus hojas disminuían. Él sabía que no era normal, pero decidió mantener su fortaleza y espíritu de vida como lo había hecho por tantos años.

 Pero los días transcurrían cada vez más calurosos y secos, y la naturaleza sufría de forma evidente. Al bosque entero se le veía perder cada día un poco más de vida y alegría. El verde natural se había transformado en un marrón amarillento y hosco, desafiante y dispuesto a intensificar aún más su presencia.

 La lluvia permanecía ausente. Jacobo no sabía que estaba pasando, pero su debilidad seguía en aumento. Afortunadamente, tenía raíces profundas que le permitían soportar esta inclemente naturaleza. Juan Diego veía el panorama con tristeza y preocupación.

 Su árbol, su querido árbol, estaba muriendo y aunque el trataba de llevarle la escasa agua disponible, era evidente que no era suficiente. Pasaban los días y era cada vez mayor la debilidad de Jacobo y la preocupación de Juan Diego. Nada parecía cambiar y el calor tenía mayor intensidad. Jacobo llego al punto de inflexión, cuando entendió que la vida terminaría pronto. Con dolorosa resignación, entendió la ley de la vida y aceptó su destino. No se imaginó la desgracia que sería para todos su ausencia y se abandonó a su suerte, impotente, pero agradecido a la vida por todo lo que le dio.

 Mientras el mundo entero se disputaba la verdad o falsedad del calentamiento global, Jacobo expiró. 

Cualesquiera que fueran las acciones futuras, ya era demasiado tarde para él.