Debo confesar que estoy felizmente
casado, y que además estoy casado, felizmente. Ninguna de estas circunstancias
ha llegado fácil; pero también debo admitir, que como tantas cosas en mi vida,
ambas me han sido dadas gracias a otros y no a mí. Por el contrario, creo que
hice un tremendo esfuerzo en que no se dieran nunca. Una vez más, el esfuerzo
de otros fue mayor que el mío para mi buena fortuna.
La primera circunstancia es fruto del trabajo de mi mujer, y la segunda podría atribuirse a la buena suerte, pero prefiero darle el nombre de milagro.
La primera circunstancia es fruto del trabajo de mi mujer, y la segunda podría atribuirse a la buena suerte, pero prefiero darle el nombre de milagro.
Por muchos años, pensé que nunca me iba
a casar. Estaba el asunto del compromiso; no hablo del compromiso de
matrimonio, hablo de quedar en ver a alguien un día, a cierta hora, y ser capaz
de cumplir con ese compromiso.
Yo simplemente, no era capaz. Vivía al azar del viento; lo que me provocaba hacer en un momento determinado cancelaba todos los compromisos y obligaciones pendientes o la mayoría de veces, me bastaba con no ir. Así me perdí citas importantes, matrimonios de amigos, cumpleaños de primos, graduaciones de hermanos, en fin.
Llegué a la conclusión que era mi
destino, mi karma. Era además, romanticón (ojo, no romántico) incorregible,
solitario incluso rodeado de amigos y soñador silencioso. Tenía miedo de
compartir mis sueños, pues me sentía diferente a la mayoría de personas. Muchos
años después, me di cuenta que casi todos se sienten diferentes a los demás,
Pero ya era tarde.
Nuestra Boda |
Y los días pasaban uno tras otro;
trabajando como una mula en IBM, leyendo 3 o 4 libros por semana, visitando
peñas y emborrachándome en el tiempo que quedaba libre, amén de otros
modificadores de conducta. Mis amigos eran geniales. Podíamos hablar de futbol,
de los dibujos animados de Farmer Alfalfa o de Dostoievski, Henry Miller y
García Márquez. Gente extraordinaria que no frecuento todo lo que debería.
Una tarde en IBM, alguien estaba
mostrándole el Centro de Cómputo a una criatura de unos 16 o 17 años. Todos los
buitres, es decir operadores, gente de producción, y clientes estaban atentos.
Yo incluido. Cuando ella volteó, fue el final y el principio de todo.
Muchos hablan que el amor a primera
vista es una quimera o un imposible. Quién sabe. En mi caso, la vi, y me dije a
mi mismo: ¡Yo me voy a casar con ella! Y el asunto es que efectivamente me casé
con ella, enamorado hasta los uñeros de los pies. Como la engatusé, engañé, o
enamoré es otra historia.
Quién sabe influyó que cuando la conocí
tenía 17 años recién cumplidos y yo estaba empezando la segunda vuelta de mi
odómetro, con varias bajadas de motor y reparaciones mayores incluidas.
Por supuesto, no tenía ahorrado un
centavo; de todos los años de soltero mis activos alcanzaban a un radio a
transistores de bolsillo, que se me perdió, pero nos las pudimos arreglar. Sin
embargo, siempre apuntábamos a la mejor oferta en todo lo que empezamos a
comprar.
Un punto vital era la luna de miel. Ni
pensar en Miami o Rio; tenía que ser local. Graf tenía una promoción que si uno
ponía el colectivo con ellos, pagaban pasajes de ida y vuelta a Iquitos. El
gordo Stagnaro, buen amigo, nos ofreció la estadía en el Holiday Inn gratis.
Iquitos era definitivamente el lugar, y hacia allí nos dirigimos.
Los detalles de la luna de miel no son
materia de este relato. Baste decir que ambos lo pasamos estupendamente. El
único episodio discordante fue la excursión al Amazonas.
Por quedar bien con el amigo del gordo
Stagnaro, que vendía estas excursiones, decidí tomar el de un día y una noche,
en vez de regresar el mismo día, como aparentemente hacían todos los recién
casados. Note una mirada de extrañeza cuando estaba firmando el “Disclaimer”.
Salimos en la mañana en un bote con 20
personas más, todos americanos, y nosotros dos. La mayoría eran personas de la
tercera edad (¡la que tengo ahora, Dios mío!) y probablemente del Medio Oeste
norteamericano. Muy amables, y muy formales. Viajaban juntos y todos llevaban
sus guías, diccionarios, sombrillas, sombreros y repelentes. Nosotros, un
maletín con una muda de ropa, y punto.
Fuimos río abajo en el Amazonas como por
dos horas y entramos por el Nanay a una zona realmente hermosa; vista desde el
bote, por supuesto.
Apenas bajamos nos dieron la bienvenida
con un buffet estupendo, con el único inconveniente que era al aire libre, y
los mosquitos y zancudos daban sombra por su tamaño. Sin embargo comimos a
gusto, y después del almuerzo, nos llevaron a nuestra cabaña. Esta era común, y
las gasas que cubrían las camas deberían haberse denominado sabanas de diablo
fuerte, porque eran tan gruesas como frazadas, En fin, dejamos las cosas y nos
preparamos a hacer el paseo de la tarde.
Mi primera sorpresa fue que para el paseo
solo estábamos Marita y yo. Le pregunto al guía por los demás, y me dice, “Ah,
ellos se han ido con el güilingüe, que habla inglés”. Me felicité por mi
elección de la excursión, después de todo, nadie tiene un guía exclusivo para
andar por la selva.
Evidentemente, no estábamos preparados.
Sin gorritas, sombreros, mangas largas, empezamos a ser carne de cañón de
cuanto insecto había. Esto antes de empezar la excursión.
Estoica y enamoradamente, Marita trataba
de sonreír, pero la cosa no pintaba muy bien. Este paseo era a pie, a través de
una trocha que nunca pude distinguir. Tenía la impresión de que nos internábamos
selva adentro en territorio absolutamente virgen. A pesar de mi espíritu
aventurero, no lo disfrutaba mucho, sobre todo cuando me tocaba la nuca y
sentía que ya estaba en el segundo piso de ronchas por las picaduras. Parece
que los insectos no tienen problemas en chupar sangre inmediatamente después
que otro lo haya hecho. Llegue a tener hasta cuatro ronchas una encima de otra
en algunas partes del cuerpo.
Aparte de la vegetación y algunos
árboles verdaderamente gigantescos, logramos ver un solo mono a lo lejos.
Considere que era hora de regresar cuando Marita apoyo la mano en un tronco, y
una avispa le pico en la palma de la mano. Nuestro pequeño y macizo guía en su
castellano escaso, dijo, “Ta guien”, y en menos de 5 minutos estábamos de
vuelta en el albergue. ¡Habíamos estado dando vueltas por más de una hora!
Logramos llegar al anochecer sin mayores
incidentes, pero no de muy buen humor. Los malditos mosquitos no nos dejaban en
paz. Como a las 8 de la noche, nos convocan para el paseo nocturno, que era en
el bote que nos había traído. Perfecto, con brisa, en el medio del agua, sin
tanto calor, nos entusiasmamos y fuimos de los primeros en ponernos en la fila
de abordaje. El guía “güilingüe” nos sacó de la fila y nos indicó que íbamos a
tomar el paseo en español. La alegría de nuestro guía en “español” era
evidente. Nos llevó al otro lado del albergue, y nos mostró una canoa de
escasos 2 metros de largo por 70 centímetros de ancho, frágil, maltratada y
amenazadoramente naufragable.
El Sapito Azul |
El guía me dice “tu, al medio”, obedecí
sin chistar, luego mira a Marita y le dice “tu, atrás”. Ella si reclamo, y el
guía replica, “tu marido pesa más, tiene que ir al medio para no hundirnos, y
yo adelante para alumbrar”.
Para de alguna manera ilustrar el
escenario, diré que teníamos frente a nosotros una pared negra, porque no se
veía nada, un brazo del río de alrededor de 3 metros de ancho, con aguas muy
claras. Lo poco que se vislumbraba hacia adelante con la linterna del guía eran
árboles y plantas camuflados en la oscuridad.
Una vez instalados en la canoa, y
seguros que no nos hundiríamos, el guía sube y empieza el “Paseo”. Apenas
empieza escucho la voz de Marita que dice: ¿realmente tenemos que ir? No me
siento muy segura.
- Por supuesto, le digo, ese es un
arroyito, si nos hundimos, el agua nos va a llegar a las rodillas. ¡No te
preocupes!
Después de más de treinta años de
matrimonio, Marita se preocupa especialmente cuando yo digo esa frase…
Seguimos adelante. El concierto de sonidos es impresionante: desde los chirridos de algunos insectos hasta el ulular de los pájaros, sin un segundo de silencio. Intimida un poco. No mucho, pero yo escuchaba la respiración de Marita, un poco más agitada que de costumbre. El guía alumbraba las cosas dignas de verse, como que no había una rendija de cielo visible, pues era una cueva formada por árboles, enredaderas y plantas sobre el brazo de agua.
Seguimos adelante. El concierto de sonidos es impresionante: desde los chirridos de algunos insectos hasta el ulular de los pájaros, sin un segundo de silencio. Intimida un poco. No mucho, pero yo escuchaba la respiración de Marita, un poco más agitada que de costumbre. El guía alumbraba las cosas dignas de verse, como que no había una rendija de cielo visible, pues era una cueva formada por árboles, enredaderas y plantas sobre el brazo de agua.
Todo iba relativamente bien en los
primeros cinco minutos, cuando el guía decide alumbrar el agua, donde navegaba
una cantidad respetable de pescaditos, y nos dice en su mejor tono profesional:
¡pirañas! Me pareció que había esperado este momento ensayándolo innumerables
veces. ¡Era el momento cumbre de la Excursión! Vi su cara de orgullo y le mente
la madre mentalmente.
Si a mí no me hizo gracia, hay que
imaginar la reacción de Marita; era evidente que no podíamos naufragar, y la
maldita canoa se bamboleaba a su gusto. Es mi opinión que el borde estaba como
a 10 centímetros del agua, quien sabe menos. Sin embargo, y a pesar de las
protestas ininteligibles de Marita, seguimos adelante, sobre todo porque no
veía como regresar. No había manera de virar la canoa hacia el otro lado. No
había espacio suficiente.
Un poquito más adelante, el guía alumbró un sapo verde azulino de tamaño regular si hubiera sido perro. Yo pensaba, si a éste se le ocurre saltar a la canoa nos hundimos sin misericordia.
Dejamos atrás el sapo y transcurrieron
unos minutos sin novedad, a excepción de Marita diciendo, ¿ya vámonos?
A punto estaba de pedir la clausura del malhadado paseo, cuando nuestro apolíneo amigo susurra a gritos: ¡Murciélagos! Y alumbra un hueco a lo alto de la cueva. No sé si por el susurro o por la luz, el hecho es que empezaron a salir cientos de bichos volando sobre nuestras cabezas. Sentí el roce de un par cuando en eso escucho “paff”: ¡un murciélago había golpeado a Marita en la cabeza!
Eso fue todo. Marita se arrancó a gritar
desesperada, el guía se desprendía un par de animalitos del brazo, y yo que le
gritaba ¡vamos de regreso, vamos de regreso!
El guía se dio vuelta en la canoa y empezó a remar algo contrito que su segundo momento cumbre se hubiera salido de control de esa manera. Intente voltearme yo también, pero el inequívoco grito de Marita me inmovilizo. A buen entendedor, pocas palabras.
El guía se dio vuelta en la canoa y empezó a remar algo contrito que su segundo momento cumbre se hubiera salido de control de esa manera. Intente voltearme yo también, pero el inequívoco grito de Marita me inmovilizo. A buen entendedor, pocas palabras.
Llegamos al albergue, el guía ni se
despidió y nosotros tampoco. Fuimos a nuestras camas con mosquitero de diablo
fuerte. Me eche y el aire estaba tan denso adentro que levante la sabana por
UNOS segundos para ventilar la cama. Linneo hubiera sido feliz con todas las
especies recolectadas en esos instantes.
Fue inútil tratar de dormir. Salí a la
terraza donde hacia un poco de viento. Nada, No había escapatoria. ¡En eso
vislumbré los baños! Estaban situados apropiadamente a unos cien metro del
albergue, y eran como unas cabañitas colocadas sobre 4 tablas encima de un
hueco muy grande lleno de soda cáustica al aire libre. El olor era ciertamente
penetrante y agresivo. Lo importante es que siempre estaban más o menos
limpios.
Esa noche descubrí que a los insectos no
les gusta la soda cáustica y pude dormir unas 5 horas cómodamente sentado en un
excusado. ¡Qué maravilla!
Al día siguiente, muy temprano, salimos
de regreso a Iquitos. Mi mujer no me hablaba y no quería hablar con nadie, y yo
seguía mirando las fotos del folleto, con fotos muy hermosas y frases como
“disfrute del hermoso amanecer viendo miles y miles de pájaros tropicales
despertar”. Indudablemente se ajusta a la verdad. Era muy hermoso, pero yo
prefiero verlo en película.
De regreso a Iquitos, Marita no quiso
salir del hotel para nada. Ni una sola visita más a la ciudad. Se perdió el ver
las placas de la Plaza de Armas hechas en bronce conmemorando la guerra de Perú
con China. Le encargaron esta obra a un escultor italiano que no había
estudiado Geografía, y confundió Chile con China. Ahí puede uno ver a los coolies,
con sus trencitas atrás y sus sombreritos redondos y todos bien, bien chinitos
peleando aguerridamente.
Afortunadamente, este incidente no logro
afectar nuestra unidad matrimonial, pero definitivamente la puso a prueba.
¡Te quiero mi amor, por macha!