marzo 15, 2013

A Un Amigo


Mi amigo está muriendo
Y yo aquí, tan lejos
Y el corazón llora
Y mi mente no piensa
Y sufro, en silencio

Mi amigo está muriendo
Y yo no puedo abrazarlo
Y no puedo decirle que lo quiero
Y no puedo detener el tiempo
Y espero, en silencio

Mi amigo está muriendo
Y no puedo despedirme
Y su vida se va
Y yo con ella
Y lloro, en silencio

Mi amigo está muriendo
Y esta Amistad de fuego
Que nace cada día
Y muere cada noche
Me consume, me ahoga

Mi amigo ha muerto
Y en mi corazón sangrante
Un recuerdo construye dolorosamente
Su domicilio permanente
Adiós, amigo, hasta siempre

Mi amigo ha muerto
Bienvenido, amigo, para siempre
Mi corazón es tu nueva residencia
Y ya sabes que tu presencia
Hará de esta persona triste
Un hombre sonriente
Cuando quieras visitarme

Construiremos sueños imposibles
Como en antaño
Y los harás reales
Y este dolor terrible
Dará paso al increíble
Sentimiento de tenerte
En mi alma sólo para mí

Y eso, mi querido amigo
Solo puede ser una cosa
Tú, mi amigo, estás viviendo
En el corazón de tu amigo
Bienvenido, amigo, para siempre

¡Te Quiero como a un Hermano!



Joaquín se despertó e inmediatamente se dio cuenta que estaba en su cama. Buen comienzo. Empezó un ejercicio mental que ya se estaba convirtiendo en rutinario cada vez que abría los ojos y no recordaba lo ocurrido la noche anterior: Me llamo Joaquín, estoy en mi cama, mi hermano mellizo se llama Javier y no me duele nada. Miró la cama de al lado y vio que Javier dormía. Luego se revisó las manos y los brazos para ver si había sangre seca o alguna herida abierta. Todo estaba bien. Hacía ya mucho tiempo que no tenía resacas al día siguiente, pero le preocupaba que se olvidara de las cosas. Ni siquiera con la coca se acordaba de algunos hechos, y a veces tenía la sospecha de haber hecho algo que le traería consecuencias después. Era un sentimiento muy desagradable. 

Trató de empezar a reconstruir los hechos de la noche anterior. Recordaba haber visto televisión con su madre como a las 7 de la noche, antes de salir y por unos 15 o 20 minutos, mientras comía algo. Le llamó mucho la atención un comercial de un pegamento instantáneo, en el cual el actor mientras hablaba del producto, iba poniendo pegamento a una taza de té y al asa respectiva, que estaba rota. Una vez que los pegó, se sirvió té, azúcar y levantó la taza de té por el asa, diciendo ¿Alguna pregunta? Le pareció genial y contundente. Con su madre habló lo de siempre, la enamorada que nunca tenía, la universidad a la que nunca iba y sus nuevos proyectos, que nunca comenzaba. No era que le importara mucho, pero sabía que si lo veían aunque sea una vez al día, lo iban a dejar tranquilo. Joaquín vivía de noche y le encantaba. 

 Cuando estaba terminando, entró Javier, le dio un beso a su mamá y le dijo - ¿Vamos Junior? -. Le decía Junior por joder, porque había nacido un minuto después. Joaquín odiaba el sobrenombre, pero no dijo nada. Se despidió y se fue. 

Javier, a pesar de ser físicamente idéntico a Joaquín, era diametralmente diferente. Para el ojo conocedor, la diferencia era inmediata pero sutil. Los rasgos de Javier eran ligeramente más duros y agresivos. Joaquín irradiaba una apariencia mas blanda, más asequible. Pero quienes los conocían bien, sabían que el aspecto era irónicamente opuesto. Joaquín era indudablemente más listo y egoísta, mientras que Javier era un poco más lento y generoso. 

Pero ambos eran parte de un sector social miraflorino en que los principios y valores poco tenían que ver con los intereses personales. Recordó que como todas las noches, había salido con Javier, el Gordo Chávez, el Sapo Marchetti y el inefable Tubo. Ya hacía más de un año que salían casi todas las noches, a dar “vueltas” en el carro del Gordo o del Sapo. La noche anterior habían terminado en una fiesta en Barranco a la que no estaban invitados, pero la simpatía del Gordo, incluso para ser conchudo, les había abierto la puerta. Al final se habían quedado con el padre de la chica que daba la fiesta, que empezó a sacar los licores finos, y Tubo y Javier se la ingeniaron para robarse unos cubiertos de plata entre abrazos y yo te estimos. 

Vaya, había sido una noche tranquila después de todo. Fue a mirar la hora y recordó que había dejado su reloj en prenda una semana atrás en un bar de Surquillo. Miró por la ventana y el sol le dijo que era alrededor de la una de la tarde. Se preguntó donde habría dejado Javier los cubiertos de plata. Su primer pensamiento fue que los había puesto debajo del colchón. Se metió debajo de la cama de Javier, y entre las tablas de soporte de la cama, encontró las cucharitas y tenedores, que fue sacando uno a uno, con mucho cuidado. Javier tenía el sueño pesado y a veces era imposible despertarlo, pero Joaquín no se daba ventajas nunca. 

Se bañó y vistió, y una vez arreglado, fue a ver a su mamá, que como todos los días, aun estaba en pijama viendo televisión y con un café “cargado” a su lado. Pudo notar que el café estaba por la mitad, lo que significaba que su madre todavía podía razonar, y después de darle un beso, le dijo: 

- Mamá, una amiga de la Universidad está vendiendo las cosas de su casa. La reforma agraria les ha quitado el fundo que tenían y su papá está muy enfermo. No tienen donde caerse muertos, y me dio estas cucharitas y tenedores de plata para ver si los podía vender. ¿Te interesa? Yo lo hago por ayudarla nomás, así que si no quieres, dime. 

Su mamá, que entendía que los metales preciosos nunca perdían su valor, miró los cubiertos, le ofreció un precio, regatearon y llegaron a un acuerdo. Joaquín aprovecho para pedirle un poco de dinero para él, porque tenía que ir a la Universidad y no iba a subir en micro con la plata que ella le iba a dar. La operación fue en efectivo y Joaquín bajó a almorzar, mientras su mamá pensaba en el gran corazón de su hijo. 

Mientras almorzaba, llegó Tubo e inmediatamente preguntó por Javier. Joaquín le dijo que estaba aun durmiendo y le retrucó: 

- Espero que lo que saquen de los cubiertos lo repartan, porque todos ayudamos a que el viejo no se diera cuenta. 

Tubo contestó –. Para ser justos, creo que habría que dividirlo en tres partes, una para mí, una para Javier y otra para ustedes tres, porque la chamba la hicimos nosotros. 

– Por mí está bien, pero hay que ver que dicen el Gordo y el Sapo. Tubo opinó que no habría problema, y se fue a despertar a Javier. 

A los pocos minutos ambos bajaron, sumamente alterados, y encararon a Joaquín: - ¡Ya danos los cubiertos, no seas vivo! Joaquín los miró con cara de asombro y les dijo - ¿De que hablan?  Yo me he despertado hace un rato, me he bañado y he estado todo el rato con mi mamá. Pregúntenle si quieren. ¡No me digan que han perdido los cubiertos! Tubo, pensé que tú te los habías llevado. Yo ni me acuerdo que pasó anoche. Hay muchas lagunas mentales… A lo mejor se han quedado en el carro del Gordo. 

Tubo miró a Javier -. Bueno, ¿tú bajaste los cubiertos o no? 

Javier dudó y eso fue suficiente. 

Joaquín dijo entonces -. Ojalá que estén ahí porque yo ya contaba con esa plata. ¡Par de huevones! Y conociendo al Gordo, ya le debe haber dado vuelta a todo y se debe haber comprado un buen paco. 

Javier al igual que Joaquín, no recordaba nada, pero él nunca se había preocupado de recordar lo que había pasado la noche anterior. Opinaba que si no lo recordaba, era por alguna razón, y si alguien le decía - ¿Te acuerdas de lo que hiciste anoche? - su respuesta automática era - no, y no quiero que me lo cuentes -. El no quería complicaciones. Su vida tenía que ser simple para poder estar alerta y evitar que su hermano y los otros lo atrasaran. 

Por eso solía ser más aventado y trataba de hacer cosas que los demás no se atrevían a hacer; para que supieran que él no se quedaba y que era tan vivo o más que ellos. 

Javier había decidido que la Universidad no era para él, y se pasaba el día en el taller de un amigo suyo, Ronnie, que le pagaba un básico por estar en la oficina, hacer algunos mandados, y por sobre todo, mantenerlo entretenido. A él y a los clientes. Tenía el pomposo título de “Apoderado de Ventas”, aunque no vendiera nada, pero Javier era gracioso. Tenía chispa, era muy ocurrente, y aunque sus chistes no fueran muy buenos, bastaba escuchar su risa y verle la cara para reírse. Había algo especial en ello. 

No era que Javier no se preocupara por el futuro. El problema era que su visión del futuro era limitada. Pensaba que iba por el camino, si no correcto, por lo menos el que la vida le había trazado, y trataba de recorrerlo de la mejor manera posible. El quería que las cosas fueran sencillas, odiaba los juegos mentales por los que le hacía pasar Joaquín, y muchas veces reaccionaba con violencia a éstos. 

Mientras Joaquín, con el pretexto de ir a la Universidad, se iba a recoger su reloj y de paso comprarse unos tiritos para la noche, Javier y Tubo estaban enfrascados en una discusión sobre el destino de los cubiertos. Con Joaquín fuera de toda sospecha, especulaban si el Gordo los tendría, o quizás el Sapo, que era el mas vivo de todos. 

Aparte de su aspecto abatraciado, el Sapo era el más inteligente sin duda. Hablaba poco, miraba como de lejos, sin involucrarse nunca, y tenía la virtud de apreciar siempre la situación desde una perspectiva mas amplia. Medía consecuencias y acciones, y en el momento exacto, aprovechaba para dar un mordisco a la yugular y sacar siempre el mayor partido posible de las cosas. Su auto y él estaban siempre impecables, y vestía con la elegancia de la sencillez. Sin ostentar ni alardear. El origen de su dinero era un misterio, el Sapo jamás lo mencionaba y nadie se atrevía a preguntar. Solo se sabía que no iba a una oficina ni a la Universidad, vivía solo y sus ingresos eran considerables en comparación al resto. 

El Gordo Chávez, por el contrario, era exuberante, extrovertido, fanático a muerte de la “U”, y hablaba fuerte, como imponiendo su presencia. Tenía unos bigotes inmensos y su aspecto era mas bien simpático, pero claramente beligerante. Discutía todo con todos, siempre tenia opinión diferente y estaba acostumbrado a decir la última palabra. Era tácitamente el líder, aunque siempre quedaba la sensación que había sido el Sapo quien lo había puesto en ese lugar. El Gordo también vivía solo, pero en su caso, los ingresos provenían de una tía solterona, a la que él visitaba religiosamente todas las semanas. La tía disponía de una fortuna considerable y el único pariente que la visitaba regularmente era el Gordo. 

Tubo, el último del grupo, era apagado y rara vez hacía aportes valiosos. Pero siempre estaba ahí. Algunos años atrás, había sufrido un accidente de auto, en que el piloto murió y él casi pierde la vida. Tenía una placa en un lado del cráneo, lo que lo hacía más frágil que los demás. Quizás por eso lo aceptaban sin cuestionarlo mucho. Nadie, ni siquiera él, recordaba porqué le decían Tubo. Sin embargo, él aceptaba el apelativo sin problemas y muy poca gente conocía su nombre real, que era José Carlos. 

– Tengo un par de tronchitos para matar la perseguidora, cuñau -. La voz de Tubo sonaba a cómplice, y Javier sin decir nada, se levantó de la cocina y se dirigió al jardín, con Tubo siguiéndole con paso de ardilla. 

El jardín de la casa era amplio y estaba lleno de flores y arboles pequeños. Las rosas, altas y rojas y los jacintos, pequeños y multicolores le daban un aspecto festivo y acogedor. Las diferentes tonalidades de verde brillaban armoniosamente y parecían cuidadosamente escogidas. 

El jardinero, Don Severino, ya tenía 78 años y seguía viniendo con su triciclo cada 2 semanas a cuidar el jardín. Cada vez que llegaba, metía el triciclo al garaje, con permiso del señor y la señora y le ponía doble cadena y doble candado, pero de los grandes, esos que no se pueden romper así nomas. 

Doce años atrás, cuando él estrenó triciclo, porque ya estaba viejo y era un poco arriesgado cargar todos los implementos de jardinería en la bicicleta, tuvo un incidente que jamás olvidaría. Hay cosas que la gente no sabe, pero había que tener harta fuerza y habilidad para ser jardinero de bicicleta, porque la cortadora de pasto era de fierro y pesaba bastante. 

Cuando compró el triciclo, con lo que había ahorrado por varios años y con mucho esfuerzo, sentía que por fin había salido de pobre. Podía ir mas rápido, cansarse menos y conseguir clientes mas caros; cualquiera no tenía un triciclo. Además, podía vender pasto, y plantas a pedido, lo que representaba un ingreso más. 

Cuando llegó a la casa de los mellizos con su triciclo nuevo, orgullosamente se lo presentó a la señora, que lo felicitó. Dejó su triciclo amarrado al manubrio de la puerta del garaje, y entró a trabajar al jardín del fondo. Como a la hora y media, Don Severino escuchó unos gritos en la puerta y corrió a ver que pasaba. Cuando vio lo que pasaba, empezó a llorar de rabia y dolor. 

Al frente de la casa se encontraban los dos mellizos abrazados por su mamá, que gritaba y lloraba también. Al lado se encontraba su flamante triciclo, convertido en un montón de chatarra vieja. La señora al verlo, le dijo: 

- ¡Severino, mis hijos casi se mueren por culpa de tu triciclo! Salieron a pasear y el tranvía casi los mata cuando estaban cruzando. ¡Gracias Dios mío por regresármelos vivos! -. Severino nunca pudo entender como podía ser culpa del triciclo este accidente cuando estos dos mocosos de escasos diez años se lo habían llevado sin permiso alguno. Tuvo que rogar, suplicar y llorar para que el señor le diera una parte de lo que costaba un nuevo triciclo y tuvo que trabajar por un año gratis para pagar el resto. Desde entonces cargó con las cadenas y candados a todas partes. 

Los mellizos se veían asustados y arrepentidos. Ahora sí habían corrido peligro de muerte en serio. Fue emocionante, pero no agradable. Mucho mas divertido fue cuando escondieron una navaja de afeitar en el cepillo que usaba su padre para peinarse. La manera como gritaba el viejo con la sangre en la cara era inolvidable. Gritaba con voz aguda, como mujer. Nunca se supo quien fue. Todos le echaron la culpa al papá por distraído. 

La única compensación del jardinero era que tenía carta libre para sembrar y arreglarlo a su gusto. Y había que aceptar que Don Severino era un exquisito en la decoración de jardines. Este parecía un oasis con mucha sombra, hermosos colores y se respiraba un aire de armonía y paz. 
Además, Don Severino plantaba todo lo que creía que podía vender en el vecindario. 

Javier y Tubo se sentaron en la mesita del fondo del jardín y fumaron en silencio. Sin hablar y aguantando la respiración. Tubo arrimó la silla para que el sol no le cayera en la cabeza. Cuando se calentaba su placa, le venían unos dolores tremendos de cabeza, y su comportamiento era marcadamente paranoico. 
El primero en hablar fue Javier. - Estoy seguro que los dejé debajo del colchón. Joaquín los tiene que haber sacado y los ha escondido en alguna parte. 

- ¿Y dónde? Porque de acá se ha ido sin nada. ¡Te apuesto a que los ha escondido dentro del depósito de agua del wáter! Yo vi una película donde encaletaban la coca así. En menos de cinco minutos habían revisado todos los wáteres de la casa. 

Su mamá le preguntó: - ¿Que haces hijito? – Nada, mamá, estamos tomando muestras de agua para la Municipalidad. Parece que hay contaminación en Miraflores. Su mamá pareció no darle importancia y se quedó conforme con la respuesta. Si le hubieran dicho que estaban buscando pescaditos, probablemente la reacción hubiera sido la misma. Ella esperaba una respuesta y eso era todo. El café cargado ya estaba al nivel de un cuarto. 

Luego siguieron con los closets, los armarios, las cómodas, las bolsas de ropa sucia y hasta el freezer, (una vez más, las películas) pero no encontraron nada. Concluyeron que había que cuadrar al Gordo en la noche. 

Pero en su fuero interno, Javier sabia que Joaquín una vez mas, lo había "lorneado". Había entre ellos una conexión directa en que ambos podían comunicarse mentalmente y sin hablar, pero que jamás ninguno admitió delante del otro. Simplemente sabía, así como Joaquín sabía que Javier sabía. 

Pero no era suficiente. Se necesitaba algo tangible y era imposible para Javier llegar al nivel de maquinación de Joaquín. Por eso siempre perdía. Y siempre lo perdonaba. Mas que perdonarlo, lo olvidaba, para que el hecho no le molestara. Después de todo, era su hermano.   

En la noche, y ya en el auto del Gordo, cuando Javier y Tubo trataron de aclararlo, montó en cólera y casi se los come vivos. - ¿Me estás acusando, conchetumadre? -. Lo dijo sin dirigirse específicamente a uno de ellos y mirando hacia atrás por el espejo retrovisor. Tubo, sin mirar al espejo, dijo – no, hermano, es una pregunta nomás, no te achores -. El Sapo, que estaba mirando a Joaquín socarronamente, le dice – Gordo, si estás tan saltón, todos vamos a pensar que estás escondiendo algo -. Ya la mirada de Joaquín y el Sapo era de abierta complicidad, y Joaquín pensaba –. Este huevón, siempre la ampaya. Voy a tener que darle la suya. 

Entre las protestas del Gordo, las disculpas de Javier y Tubo, y el silencio cómplice del Sapo y Joaquín, llegaron al Jinete, un bar de Magdalena, para calentar cuerpo. El incidente de los cubiertos pasó al olvido, cuando Joaquín menciono la parte más importante de la agenda mientras se pedían unas cervezas 

– Este fin de semana es la Vendimia de Ica. ¿Quiénes van a ir? 

El Sapo preguntó – ¿Este es el primer fin de semana o el segundo? Porque dura como 10 días. ¡Carajo, no me había dado cuenta que ya estábamos en Marzo! Tiene que ser el segundo, o sea que tendríamos que salir ahora para pasar Jueves, Viernes, Sábado y regresar el Domingo en la noche. ¿Tú vas a ir Gordo?

– ¿Yo? Ni cojudo. ¿A ver, quiénes vienen? Salimos ahorita.- Joaquín y el Sapo estaban preparados, no así Javier y Tubo. 

Tubo dice – Tengo que ir a pedirles un poco de plata a mis viejos. Les digo que nos vamos de campamento, para hacer un poco de vida sana. Eso sí, tiene que ser mañana. A esta hora, ni cagando me creen. 

Javier, en cambio, no tenía muchas opciones. Podía llamar a Ronnie y pedirle plata y permiso, pero difícil que le diera los dos. Decidió que iría a la oficina tempranito, haría un vale de caja, y dejaría una nota: “Ronnie, tuve una emergencia seria. Te explico el próximo lunes”. El lunes sería otro día y ya vería como se las arreglaría, porque Ronnie iba a estar empinchadísimo. Pero Vendimia es Vendimia, y él no se la iba a perder. 

Todos quedaron de acuerdo en que saldrían el jueves temprano, para llegar a Ica al medio día. El Sapo pondría 2 cajas de cerveza que se estaban malogrando en su departamento. Al día siguiente, a las 9 de la mañana, zarpó el grupo hacia Ica. El carro del Sapo estaba en “mantenimiento”, y el Gordo no tenía problemas en llevar el suyo, especialmente si el Sapo había puesto la cerveza. 

Todos, a excepción de Tubo, llevaban también su “caleta”, es decir una provisión de coca para el fin de semana largo. Tubo no podía consumir mucho, pero el problema iba a ser Javier. No había podido comprar y sólo tenía un saldo de alguna noche anterior. Iba a tener que hilar muy fino para estar allí cada vez que se presentara una ocasión. Esto era fácil con el Gordo, porque una vez que se embalaba, era espléndido y solía compartir con los demás. En cuanto al Sapo y Joaquín, esperaban siempre que hubiera menos gente y muchas veces consumían solos. Había que seguirlos al baño de casualidad, no muy rápido, para que los ampayara sacando el paco y no muy lento como para encontrarlos ya de regreso. 

El viaje a Ica desde Lima es de 3 horas y media aproximadamente. Ellos lo hicieron en cuatro, por las paradas para recargarse y las idas al baño frecuentes, pero fue un viaje muy entretenido, todos estaban de buen humor y se sentían grandes amigos. Normalmente estas conversaciones eran sobre nada en particular, y con muchas ocurrencias y salidas graciosas, que despertaban la carcajada sonora en todos ellos. 

– Gordo, ¿Has ido a ver a tu tía esta semana? No te vaya a sacar del testamento -. Decía Javier. 

- ¿Cómo se te ocurre que puedo ser tan materialista, huevonazo? Yo voy porque la quiero. Y además, fui hoy tempranito, porque estaba misio.

- Si, Gordo, todos sabemos cuanto la quieres. Pero la quieres ver muerta y enterradita. ¿Estás seguro que no ha cambiado el testamento? A lo mejor te das con la sorpresa que le ha dejado todo a la Sociedad Protectora de Animales, o a la Iglesia de Fátima, o peor aun, a tu viejo. ¡Ahí si no ves ni un centavo! 

– El Sapo siempre tenía la habilidad de poner nervioso al Gordo. 

- Ya lo veo al Gordo haciendo de chofer de estriptisera en la madrugada. Porque chambear, lo que se dice chambear, no se ha hecho para ti. ¡Ya sé! Puedes ser director de barra de la “U”. No te pagarán con plata, pero tus apetitos básicos estarán satisfechos. – Joaquín metía candela también 

Pero fue Javier quien puso el puntillazo - ¡Gordo, Gordo, puedes vender tu cuerpo! Serias el primer Travesti con bigote. Te lloverían las ofertas. Con tu mini en la Avenida Arequipa, sin sostén y con blusita negra transparente. ¡Puta madre, que espectáculo! 

- ¡Carajo, cállense la boca, mierda! –. La voz estentórea del Gordo y el frenazo súbito indicaron que el Gordo había sobrepasado su límite de paciencia, lo cual era esperado por todos

– Tranquilo, Gordo, tú sabes que estamos bromeando. Lo que pasa es que no tienes correa -. El Sapo en ánimo conciliador se dirigía a el, pero con la mirada puesta en los otros 3, dando a entender que estaba calmando a la bestia. 

- Claro Gordo, es mas, si quieres te ayudamos a enterrarla cuando llegue el momento, así que ¿porqué no te matriculas con unos tiritos? - dijo Javier. 

Tubo replicó - Sí, si hay matricula, ¡Que empiecen las clases al toque! -. Todos rieron, se armaron y siguieron viaje. 

En Ica, el tenor fue el mismo. Bromas aquí, bromas allá, parecía que todo Lima se había venido esta vez. Cada encuentro, un salud, con cachina o vino y a veces con cerveza o pisco. 

Encontraron a un fotógrafo de Caretas, que Javier conocía, y estuvieron tomándose unas cervezas con él, cuando en eso pasó una de las reinas de la Vendimia al lado del Kiosco y lo reconoció. 

Ella, guapísima y con un cuerpo espectacular, venía acompañada por un par de integrantes del comité coordinador de la Vendimia, que la seguían como perritos falderos. Aparentemente era una caminata promocional. 

Las reinas de belleza de los variados concursos que había en Lima, así como todas las aspirantes a modelos, conocían a Cucho. Pero Cucho era un caballero. No soltó prenda sobre si algo mas había pasado en alguna sesión de fotos. Sobre todo el Gordo, que lo presionaba de todas las maneras posibles para que le pasara un “dato”. Al final le dijo - Cucho, solo dame un nombre, nada más. Yo me encargo del resto -. Cucho, muy educadamente, lo volvió a mandar a la mierda. Pero el Gordo era de acero. Con él no era. 

- ¿Cucho, que haces acá? – Hola Paola, he venido a cubrir el corso, ¿tú como estas? 

– Bien, felizmente. ¿No te olvides de tomarme buenas fotos, ah? 

El Gordo acababa de abrazar a Cucho, mientras le decía a Paola – No sabía que mi hermano Cucho conocía chicas tan guapas. ¿Cuchito, porque no nos tomas unas fotos? Yo después te concedo la entrevista -. El Gordo ya abrazaba a Paola. Con todos desconcertados, el Gordo logró tomarse fotos con Paola, la chica regia, y al pedirle su teléfono, ella le dijo – pídeselo a Cucho, él lo tiene -. En ese momento Cucho reaccionó y se despidió de su “hermano” de 30 minutos, y no le dio el teléfono ni la cara a nadie al momento de irse. Otra vez, el Gordo causando estragos. 

Las madrugadas resultaban un poco duras, porque no tenían hotel reservado ni intenciones de pagar por uno. Mucha gente dormía en la Plaza de Armas, pero ellos, a excepción del Sapo, que consiguió una gringa con la que pasó la primera noche, se iban a dormir a las arenas de la laguna Huacachina, a 30 minutos de Ica. Todos habían llevado frazada, y el Gordo y Joaquín dormían en el auto, mientras Tubo y Javier lo hacían en la arena. Tampoco es que fueran a dormir mucho. 

Al día siguiente se encontraron con el Sapo en la Plaza de Armas. No lo había pasado muy bien. El marido de la “gringa” era peruano y se había aparecido a las 6 de la mañana en el cuarto. El Sapo alegó total ignorancia y fue indultado por el marido, que era mucho más alto y fornido que él. Ver al Sapo en esa situación, con su fragilidad expuesta no era usual. 

Evidentemente el Sapo lo sabía y se sentía muy incómodo, pues todavía le quedaban los nervios del encuentro, a pesar de ser casi las once. Trató de minimizar el asunto y achacó el temblor de las manos a los “muñecos” de tanto trago el día anterior. El día viernes fue muy parecido al jueves, solo que más largo. Pisaron uvas en una chacra, probaron desde cachinas recién hechas hasta piscos de 50 años, hicieron amigos y enemigos en todas partes. Se perdieron y se encontraron varias veces, y cada uno tenía más anécdotas que los otros. 

Adórnese todo esto con coca matizada a todo lo largo y se obtendrá una jornada estupenda a juicio de los participantes. Esto era vida, así es como querían vivirla, y así es como intentaban hacerlo. Joaquín soltó una de sus perlas, que le valió el abrazo emocionado de todos. – 

Nuestras vidas y deseos están en armonía unos con otros. ¿Qué más podemos pedir? -. ¿Un tiro? – Javier, con sus ocurrencias, hizo soltar la carcajada nuevamente. 

En alguna hora avanzada de la madrugada, decidieron ir a dormir a la Huacachina. El sábado era el día más importante de la Vendimia y había que aguantar todo el día y la noche. Esta vez, el Sapo y el Gordo durmieron en el auto, y Tubo y los mellizos en la arena. 

Al día siguiente, y con el sol iqueño ardiendo sobre la arena, se despertaron todos, uno a uno, excepto Javier. Javier había tomado un poco más y había consumido menos. Su caleta se había terminado y estuvo sobreviviendo gracias a la generosidad de su hermano Joaquín, que tenía una buena provisión producto de la venta de los cubiertos. Trataron de despertarlo, al principio moviéndolo un poco, y después tirándole agua, y pateándolo, pero era inútil. Javier estaba inconsciente y no dormido. 

Hay ideas que surgen en un momento clave, producto de las circunstancias y los hechos. Estas ideas pueden tener consecuencias que son imposibles de calcular al momento que se presentan. Este fue uno de ellos. Sin decir nada, Joaquín se levantó y se fue a la tienda. Regresó con unos sorbetes de gaseosa y un chisguete de pegamento instantáneo. El mismo que él había visto en la televisión. Aun en silencio, mientras los otros lo observaban, abrió el chisguete, puso un poco de pegamento en el sorbete, abrió la boca de Javier y empezó a aplicarle pegamento a los dientes y las muelas. Una vez que terminó, procedió a cerrarle la boca con fuerza. Los otros tres lo miraban en silencio, estupefactos. 

- Ya pues, ayúdenme. No voy a estar apretando todo el rato yo solo. - El Gordo, como reaccionando, se acercó, ya con la risa borboteando, y reemplazó a Joaquín. Después le tocó al Sapo, y a Tubo, que aun andaba un poco reacio a la broma. Casi por una hora, estuvieron desternillándose de risa a costa de Javier. ¡A ver si así aprendía a despertarse, carajo! 

Finalmente, y después de unos dos litros de agua en la cara y varias patadas en los huevos, Javier se despertó. Los otros cuatro se sentaron, muy juntitos, y en primera fila para observar su reacción. Al abrir los ojos, lo primero que notó fue que le dolía todo el cuerpo, los huevos en especial y que tenía una molestia en la boca que no podía definir. 

Repentinamente escuchó: - Buenas tardes, Bella Durmiente, ¿a qué debemos el honor de su despertar? ¿Será que el Sapo le ha dado un beso en su hermosa boca? 

Al querer contestar, descubrió con terror que no podía hablar. Inmediatamente sintió que no podía mover la mandíbula. Por más esfuerzos que hizo, nada, la mandíbula no se movía. El terror dio paso al pánico, y éste a la histeria. Con ojos desorbitados y emitiendo gruñidos patéticos, se dirigió a sus amigos, que no podían dejar de reírse. 

Javier quería decirles que no estaba bromeando, que no estaba imitando a algún animal dantesco o a un borracho de La Parada, pero no podía explicarles lo que le pasaba. Con lágrimas en los ojos y una sensación de terrible ardor en la boca, se arrodilló en la arena, a llorar al cielo. 

Ya no le quedaban dudas: le había venido un ataque de parálisis facial. Mil pensamientos pasaron por su mente; mucho trago, muchas drogas, muchos excesos y este era el resultado a sus 22 años. Un inválido, incapaz de comunicarse, que tendría que comer por un tubo toda su vida. Por supuesto ni casarse, ni hacer plata, ni ser normal, ni nada por el estilo. 

Lo que mas le dolía en ese momento era su impotencia para hacerle saber a sus amigos, sus patas del alma, que esto era en serio y no un chiste. Trató por señas de mostrarles sus lágrimas, y ellos le enseñaron las suyas de tanto que se reían. Finalmente logró llevarlos a la orilla de la laguna y con una rama escribió en la arena húmeda: “¡Ayuda! Esto es en serio. ¡No es broma!”. 

Joaquín no decía nada, pero el Sapo se dio cuenta que Javier estaba cercano a sufrir un ataque de verdad, tal era el terror dibujado en su cara, así que le dijo – Tranquilo, Javier, ya se te va a pasar. Ven siéntate y empieza a hacer ejercicios con la mandíbula. Trata de abrirla con todas tus fuerzas. Entre todos trataron de ayudarlo para que la abriera, pero fue inútil. 

Javier lloraba desconsolado, y los cuatro conferenciaron para ver el camino a tomar. 

– Vamos a tener que llevarlo a Emergencia. Le va a dar un ataque de verdad ahorita - dijo Tubo. 

– Donde vayamos, no podemos decir que lo hemos hecho nosotros. Nos podemos meter en problemas. Hay que decir que así lo encontramos - comentó Joaquín. 

-¿Nosotros? Eso es mucha gente, Junior -. El Sapo le hacía saber con el apodo que no aprobaba la broma, a lo que Joaquín contestó – ¡Bien que le apretaste la mandíbula para que pegue! No seas pendejo. Estamos todos en esto. 

El Gordo seguía cagándose de risa, completamente ajeno a la preocupación de los otros y abrazando a Javier diciéndole – Cuñadito, peor sería que te hubieras quedado ciego. Vas a ver que con un poco de terapia, aprendes a hablar de nuevo. Además puedes hablar con señas. Pero la risa lo delataba y Javier se le fue encima, recibiendo la consiguiente paliza de alguien que le llevaba 40 kilos de peso. Hubo que separarlos y sin mas, subieron al carro rumbo al Hospital. 

El Doctor Ormeño, residente de Emergencias, ya estaba harto de la Vendimia. Había tenido que pedir glucosa de emergencia a Lima y a todos los hospitales aledaños. Cada 10 minutos llegaba alguien mas con intoxicación alcohólica y el asunto solo prometía volverse peor. 

Solo faltaba que uno de estos pituquitos imberbes se le muriera para que sus sueños de trabajar en Lima se hicieran humo. Estaban usando hasta las camas de maternidad. En el almacén del fondo habían acomodado varios colchones viejos en el suelo para recibir a tanta gente. 

Cuando vio llegar a la curiosa comparsa, pensó que por fin iba a dejar de tratar borrachos. Este parecía un caso real, y si lo curaba, esa oportunidad de ir a trabajar a Lima podría ser realidad. El padre del chico lo podría ayudar con alguna recomendación o algo. Le explicaron, hablando al mismo tiempo lo que pasaba con Javier. 

El Doctor los miró y le dijo al Gordo. - Usted, explíqueme que sucede con el paciente. ¿Que pasó? 
- No sabemos Doctor, ayer nos pasamos de copas y cuando se despertó, no podía hablar. Ha estado como loco ya como dos horas. Incluso nos ha querido agredir Doctor. No puede mover la boca. 

El Doctor miró a Javier, que con los ojos desorbitados, y sudando frío, estaba en una camilla, mientras le tomaban los signos vitales. 

El Doctor Ormeño quiso impresionar un poco y dijo: - El paciente tiene una parálisis facial periférica idiopática, que generalmente afecta a un sólo lado de la cara, pero en casos raros puede afectar simultáneamente a los dos lados, y este parece ser uno de ellos. No se preocupe, mi amigo, le vamos a dar unos relajantes musculares, y con un poco de terapia va a quedar como nuevo. Sin embargo, al ver sus signos vitales, el doctor decidió darle unos calmantes fuertes. Su presión estaba por las nubes, tenía taquicardia, y sudaba profusamente. También le administraron glucosa para desintoxicarlo un poco. El olor delataba un alto volumen de alcohol en el cuerpo. 

El Doctor los llevó a una sala de espera y trató de indagar si en la familia tenían algún médico, para poder transferirlo en óptimas condiciones. Todos negaron conocer a ningún médico, ni en la familia, ni en su entorno. El Gordo con voz muy seria y un tono de seguridad muy propio, le dijo -. En mi familia todos somos muy sanos, Doctor. ¡Ni vacunas nos ponen! -. El Sapo, que a toda costa trataba de no involucrarse, dijo - Doctor, usted póngalo en un estado en que pueda viajar a Lima y nosotros nos encargamos del resto. Ormeño se resignó y se consoló pensando que aun podía haber otra oportunidad ese fin de semana. 

Joaquín empezó a preocuparse. Este Doctor no tenía ni idea. Sólo hubiera tenido que abrirle la boca para ponerle el termómetro y darse cuenta de lo que pasaba. “Estos provincianos son brutísimos” pensó. 

De alguna manera tenía que desviar el diagnóstico para que le despegaran las muelas y salir de ahí zafando. – Doctor, yo soy su hermano, déjeme hablar con el para calmarlo un poco y que sepa que se va a poner bien. Nos queremos mucho -. El Doctor asintió y lo llevó con Javier -. Les voy a dar un poco de privacidad. Me avisa cualquier cosa -. Joaquín se sentó al lado de la camilla y le preguntó - ¿A dónde te fuiste anoche? Te estuvimos buscando como una hora y te encontramos privado al lado del monumento de la Plaza de Armas -. No trates de hablar. Hazme sí o no con la cabeza. ¿Te peleaste con alguien? Porque a mí me parece que lo de tu cara es un puñetazo mas que una parálisis. Javier negó con la cabeza – ¿Te acuerdas cuando te encontramos? – Otra negación -. O sea que puede ser que te hayan sacado la mierda. ¿Te duele el cuerpo? – Afirmativo. Joaquín sabía que le iba a doler el cuerpo, por la cantidad de patadas que le habían dado para que se despierte –. Ahí está, pues. Te pegaron, te privaste y te jodiste la cara. ¡Huevonazo!. A ver déjame verte la boca. Parece que tus labios están hinchados. Le abrió la boca, lo examinó como si fuera la primera vez, e inmediatamente gritó ¡Doctor, Doctor Ormeño, venga rápido por favor! 

El Doctor y los otros tres trashumantes llegaron al mismo tiempo, y Joaquín le dijo – Javier me ha dicho con señas que ayer le pegaron, y le dieron tan duro que perdió el sentido. Yo estaba viéndole la boca para ver si tenía alguna herida y hay algo en sus dientes que no sé qué es. 

Ormeño abrió la boca de Javier y luego de revisar concienzudamente ambas mandíbulas, concluyó lo evidente: - A su hermano le han pegado los dientes con Terokal u otro pegamento parecido. ¡Esto es un crimen! ¡A quién se le puede ocurrir una crueldad como ésta! 

- ¡Que salvajes! Ya la gente no cree en nada, Doctor. Como es posible que haya gente así. Encima de que le han sacado el alma, después le hacen esto. ¡No hay derecho! – Joaquín mostraba una indignación propia de la Santa Inquisición. El Gordo decía – Ahorita vamos a ir a buscarlos para sacarles la mierda. ¿Javier, tú crees que puedas reconocerlos? ¡Yo los mato! 

El Sapo y Tubo, mas moderados, concluían también que por lo menos había que sentar una denuncia policial, aunque ya se sabía que eso no llevaba a nada. Pero Tubo decía – Es una cuestión de principios. Si no empezamos nosotros, nada va a cambiar. ¡Tenemos que sentar una denuncia de todas maneras! 

El Doctor decidió que había que calmar los ánimos. No era cuestión de empezar una guerra ni cosa por el estilo. – Tranquilos muchachos. Vamos a ver como podemos sacar el pegamento para que este chico se sienta mejor. Mientras tanto, necesito que se calmen y que le den el apoyo de verdaderos amigos. 

Joaquín agarró al Doctor por el brazo, y con la voz semi quebrada, dijo – Es mi hermano mellizo, Doctor, haga todo lo que esté en sus manos, por favor. Si necesita algo, díganos y nosotros haremos lo imposible por conseguirlo. Usted no tiene idea de lo unidos que somos. 

Don Ormeño puso manos a la obra, abrió sus viejos libros de Química Industrial, y empezó a buscar que solvente podía usar para remover el pegamento. Mientras tanto, una enfermera frotaba los dientes y muelas con jabón aséptico y pequeñas dosis de alcohol. Los dientes resistían vigorosamente. 

El Doctor no pudo encontrar ningún solvente que no hiciera mas daño que bien, por lo que concluyó que había que usar métodos mecánicos. Afortunadamente, a Javier le habían puesto los sedantes y el relajante muscular y se dejaba manipular como si fuera un muñeco de trapo. 

Estaba además tan agotado y adolorido que difícilmente podía quejarse. Se le veía resignado y arrepentido. 

Trató de usar pinzas, tenazas, y cuanto se le ocurrió, pero fue inútil. El pegamento seguía irreductiblemente cumpliendo su función. Finalmente decidió que había que llamar al dentista del hospital. Alguien lo había visto entrar al cine que quedaba a media cuadra, así que lo mandó llamar. Envió a un barchilón a buscarlo al cine, explicándole la emergencia. A los 5 minutos, éste regresa, y Ormeño le dice - ¿Y el dentista? -. El dentista dice que no joda. Que a él no le pagan ni turno ni sobretiempo – ¿Pero le has explicado el caso? ¿La gravedad del asunto? – Sí doctor y me contesto que aunque tuviera pegado el hueco del culo no iba a venir - ¡Hijo de Puta! Eso lo hace porque me tiene bronca –. Y pensó para sus adentros “Este cabrón desde que me levanté a la Aurorita me la tiene jurada. También que con la cara que tiene, ni la madre Filomena dejaría que se le acerque” 

Ya no sabía que hacer, cuando repentinamente, llegó la luz. Finalmente, la idea salvadora. Convocó a dos enfermeras y se metió al quirófano con Javier. Ahora sí, ya sabía lo que tenía que hacer. Habló con las cuatro almas dolientes en la sala de espera, y les dijo – voy a operar al muchacho - ¿Doctor, cómo que operarlo? – Tranquilos, es anestesia local, tengan confianza, voy a remover la goma con bisturí. Puede haber algunos cortes, pero en general, no hay riesgo alguno. Lo voy a sedar un poco más, para que podamos operar sin problemas. 

Mientras tanto, Joaquín y el Gordo estaban inquietos, y preguntándose cuánto tiempo más iban a permanecer ahí –. Hoy es la fiesta de coronación, Sapo, no nos la podemos perder. Además, Javier tiene que descansar –. Joaquín siempre tenía este tipo de comentarios, donde primaba la lógica, pero que en el fondo pura y simplemente satisfacían sus intereses 

– Tienes razón, no tiene sentido quedarnos acá - dijo el Sapo mientras se tomaba una cerveza de las que habían metido en un maletín. No iban a estar ahí sentados como momias, tampoco, pues. – Joaquín, anda pregúntale al Doctor cuánto se va a demorar. -. El Gordo dijo – no, yo voy El Doctor se encontraba en el quirófano, pensando que iba a ser un trabajo de hormiga. 

Felizmente que Aurorita lo estaba ayudando y terminando se daría su revolconcito con ella, en el dormitorio de los internos. Con la Vendimia, los internos habían desaparecido, y él tenía la llave. 

Aurorita era una iqueña prieta de ojos achinados y piel brillante. Parecía que la hubieran hecho de goma. Dura y suave a la vez. Traía locos a todos los médicos del Hospital. Pero había sido Ormeño el elegido, no por guapo, sino porque ella sabia que éste sí se podía casar con ella. 

Los limeñitos y los blanquiñosos iqueños solo querían una cosa y después se irían a Lima o al extranjero. Los serranos eran todos horribles, así que Ormeño resultó el agraciado. Ella veía a Ormeño como un futuro médico familiar en Ica, conocido por todas las familias de clase media y media alta, aceptado por la necesidad de tener a alguien de ese nivel a la mano. Ya si era una cosa seria, se iban a Lima al especialista, pero Ormeño era perfecto para Ica. El único que no lo veía así era el propio Ormeño. Aurorita se daba cuenta de eso, pero tiempo al tiempo. Ella se encargaría de que se quedara en Ica. 

– Doctor, disculpe que lo moleste, pero queremos ir a llamar a los papás de Javier, para que no se preocupen. ¿Cuánto se va a demorar? – Vayan nomás, muchachos, acá tengo por lo menos para unas 3 horas. Aprovechen para comer algo y disfrutar de las tejas y dulces iqueños. 

– Sí, huevón – murmuró Tubo, mientras salían a toda prisa. 

Ese sábado fue histórico y memorable. La fiesta de coronación estuvo estupenda. Aunque no estaban invitados, estuvieron presentes desde temprano, con tickets y todo. Había whiskey al por mayor y todo Ica y medio Lima estaban en la fiesta. Bailaron, chuparon y se armaron gloriosamente, hasta que el Gordo tuvo la peregrina idea de robarse una de las coronas de las reinas y salió a bailar con la corona puesta. Tres huachimanes lo sacaron en vilo y uno de los coordinadores le quitó la corona. 

Los otros tres miraron silenciosamente la salida del Gordo, y el Sapo dijo – si no regresa en media hora, nos vamos a tener que ir. 

No habían pasado ni diez minutos, cuando ven pasar al Gordo a toda velocidad, ir hasta la mesa de las reinas, cargar con la corona de una de las reinas con peluca y todo, y salir corriendo de nuevo. Aunque lo trataron de agarrar varias veces, les fue imposible retenerlo. El Gordo medía más de un metro ochenta y pesaba ciento veinte kilos. Detenerlo era como tratar de parar un tren. 

Resignados, Tubo, Joaquín y el Sapo, salieron de la fiesta. Ahora a buscar al Gordo. Seguro que se había metido al auto y estaba escondido en algún lugar confiando en la habilidad de ellos para encontrarlo, pues no eran los únicos que lo estaban buscando. 

De repente, suenan unos silbatos de policía, unos gritos, y ven aparecer el carro blanco del Gordo dirigiéndose a toda velocidad hacia donde se encontraban. Sin siquiera detener el auto, se subieron los tres, y enfilaron con rumbo a Lima. 

Entrando a la carretera, Joaquín dijo - ¡Javier! – Dieron la vuelta y fueron a recoger a Javier. Al llegar al hospital, el Doctor Ormeño les hizo saber que Javier había esperado como dos horas después de la operación y luego se había ido sin decir nada -. También que ustedes se fueron por un rato y ya es casi la medianoche. Por favor hablen con la enfermera de la entrada, porque hay unas facturitas pendientes… - Si Doctor, no hay problema. Mas bien muchas gracias por todo. 

Sin hacer caso a las llamadas de la enfermera, salieron, subieron al auto, y esta vez sí emprendieron el regreso a Lima. En silencio. Había algo denso, amargo y oscuro en el ambiente. La presencia de Javier pesaba y todos sentían una especie de culpa que ninguno quería admitir. Finalmente llegaron a Lima. 

Antes de dejar a Joaquín, le pidieron que viera si Javier había llegado. Subió, y Javier estaba plácidamente dormido. Por la ventana les hizo saber que todo estaba bien, y se echó a dormir. 

Joaquín se despertó e inmediatamente se dio cuenta que estaba en su cama. Buen comienzo. Empezó un ejercicio mental que ya se estaba convirtiendo en rutinario cada vez que abría los ojos y no recordaba lo ocurrido la noche anterior: Me llamo Joaquín, estoy en mi cama, mi hermano mellizo se llama Javier y no me duele nada. 

Sin embargo, había algo que le molestaba. Una sensación extraña, como que alguien le estuviera jalando las piernas. Se levanto, y al ponerse de pie, arrastró consigo las sábanas de la cama. 

Perplejo, notó que las sábanas, la de arriba y la de abajo, estaban pegadas a su cuerpo, desde el pecho hasta los tobillos. En la parte de atrás, podía notar como estaban peligrosamente pegadas al ano – Esto va a doler como mierda – pensó Joaquín. 

Instantáneamente, miró a Javier, que estaba despierto y lo miraba con atención. Joaquín no dijo nada y Javier hizo un solo comentario: - Debe haber sido el loco Tris, el mismo que me pegó los dientes… 

- ¡Sí, carajo! ¡Huevón de mierda! – Joaquín estaba rojo de ira. 

- Y encima te molestas… ¡Agradece que te quiero más que a un hermano!