Me sentía como si
estuviera conduciendo hacia este lugar que yo tenía en mi mente desde hace
mucho, mucho tiempo y el camino parecía interminable. A veces me encantaba y
otras lo odiaba. En algunas partes parecía inútil seguir, pero no había forma
de volver. De repente, un leve giro a la derecha y allí estaba. Me golpeó tan
de repente que por un minuto no me di cuenta que el viaje había terminado. No
hay más sorpresas, no más ¿ya llegamos?, no más expectativas, no más de nada.
Así que esto es. No lo
esperaba como llegó. Pensé que sería diferente, que mas bien llegaría gradual y
suavemente, casi como cuando se ve un amanecer desde una noche cerrada, en que
uno puede apreciar y sentir todos los matices y colores cambiando y disfrutando
cada momento o cuando se llega a una ciudad de noche donde las luces y el
movimiento van apareciendo de a pocos.
No lo sé. No puedo decir
que no estaba preparado ni que no lo presentía. Pero fue como cuando a uno le
comunican la muerte de un ser querido o al descubrir repentinamente que uno
está enamorado. De golpe. De un momento a otro todo es diferente y la vida cambiará
sin opción de retorno y que no hay más remedio que aceptarlo y seguir adelante.
Me parece que mi error fue
visualizarlo como si fuera una película en la que el protagonista era yo. Al
salir de una buena película uno escucha comentarios como “¡Que realista!”,
“¡Sentí que estaba allí!”, “¡Esto sí que es real! ¡Qué buena película!”, “Podía
sentir lo que estaba pasando. ¡Increíble!” y comentarios por el estilo.
Esa es la magia de las
películas. El propósito es siempre olvidar la realidad y convertir una ilusión en
cierta. Pero no es verdad, ni siquiera se acerca a la vida real.
Uno no siente el calor de
la selva, ni las esquirlas de metralla o la lluvia que parece cubrirlo todo. Peor
aún, no tenemos cáncer o nuestro mejor amigo no es un asesino en serie.
Desde la comodidad de la
butaca de mi vida, lo miraba como un espectador relativamente involucrado, pero
sin comprometerme en absoluto.
Y hoy, al subir las
escaleras de mi casa, me percaté que lo hacía más lentamente que de costumbre.
O por lo menos eso creí. Y fue en ese preciso instante que me di cuenta que había
llegado a mi destino.
Soy consciente y
oficialmente viejo.
La realidad era que yo era
más lento que la última vez que pensé en ello. Al parecer, eso fue hace mucho
tiempo. Recordé que desde hace varios meses me estaba moviendo a ese ritmo y
pensaba que simplemente no tenía ganas de hacerlo más rápido. Mi mente me decía
que podía hacerlo, pero que no valía la pena.
Es curioso cómo suceden
las cosas. Seguí esperando todo el día poder hacer actividades casi tan bien
como hace unos años. Cálculos mentales, conducir automóviles, caminar
normalmente, leer rápidamente, recordar los acontecimientos recientes y muchas
otras cosas de todos los días. No pude.
Mi esposa solía preguntarme algo así como
"¿Cuánto es quince por ciento de trescientos?" Respondía en un
segundo: cuarenta y cinco. Al leer un párrafo entendía la idea de inmediato.
Últimamente había empezado
a necesitar un poco más de tiempo con los números, o releer el párrafo
"sólo para estar seguro" y pensaba que era legítimo pasar por un
proceso muy gradual y lento de concesiones al envejecimiento. Sin embargo, la
mente me juega muchos trucos. Imperceptiblemente me adapté a los cambios leves
y me decía - No te preocupes, que va a estar bien, dejalo ir esta vez - De
repente me di cuenta de que no iba a ser "sólo por esta vez". Será
más como "de ahora en adelante...”
Abrupta y duramente me di
cuenta que la cabeza le juega a uno la mala pasada de adaptarse
imperceptiblemente a los ligeros cambios en todos los aspectos y uno no se da
cuenta hasta que ya es tarde.
Entiendo hoy que he
llegado a mi vejez. No hay duda de eso. La vida ha sido buena conmigo y le he
chupado hasta la última gota de aliento.
Amé mucho, sufrí mucho, disfruté
mucho, comí mucho y bebí mucho. Hice de todo mucho. Todo era una exageración en
mi manera de vivir. Equilibrio, serenidad y control eran sólo eso: palabras.
Loco y apasionado, no me arrepiento de ello. En realidad, estoy agradecido.
Tengo muchísimas
cicatrices y heridas abiertas, pero cada una tiene una memoria que hace que
valga la pena. Pertenezco a la especie de kamikazes que van por la vida sin condón.
Sin embargo, todavía tengo
tantos sueños y planes que me pregunto si con la edad también he llegado a la
locura. Quiero ser un escritor, estoy empezando una nueva carrera, quiero
viajar por todas partes, disfrutar de mis nietas y mis seres queridos de una
manera que sólo puede llamarse egoísta.
Supongo que voy a salir a
la carretera de nuevo. Ahora que sé que soy viejo no va a ser como era antes.
Hay dos cambios. En primer lugar, será exactamente lo contrario de lo que era. El
día siguiente será más difícil de vivir. Más dolor, más lagunas de memoria, recuerdos
inolvidables olvidados.
Por otra parte, no me
importa. Disfrutaré de la vida y también voy a tener más compasión, más perdón,
y definitivamente más amor. No es para mí sino para los demás. Y ese es el
secreto de una buena vida.
El otro cambio es más
sutil, pero también mucho más potente; este es un viaje en el que nunca llegaré
a mi destino. Cualquier día podría ser el último. Al llegar arriba o abajo, no
lo sé, podre decir con orgullo: Me dieron un cuerpo nuevecito y aquí les
devuelvo uno que no podrá ser reusado, ¡tírenlo de frente a la basura!
Pero está bien. Este es un
nuevo juego y estoy listo a jugarlo.
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