enero 26, 2013

El “Oficio” de Operador de Computador



Siempre me he preguntado que era exactamente un “Operador de Computador”. Concluí que de acuerdo a los ojos bisoños del público en general era un oficio. Es decir, una habilidad o “skill” que se aprendía como se aprende a ser tornero, electricista o mecánico. 

Pero así como en los años sesenta todo aquello relacionado con la aviación era considerado como una profesión con mucho “sex appeal”, en los setenta existía el mismo concepto para la industria de la información.

Y en esos años IBM era ella sola mayor que el resto de la industria junta. Así que bastaba decir “yo trabajo en IBM” para que la gente pensara que el aludido era un genio, miembro de una nueva generación con un cambio cualitativo importante en la evolución de la especie.

Sinceramente, así me sentía cuando entre a IBM. Y confieso que el orgullo que sienten todos aquellos que trabajaron allí es inmenso.

Pero al final, todos los seres humanos somos iguales. Tenemos similares características y actitudes. Si existiera un Mr. Spock, sin duda seria un paria y probablemente estaría preso, Tenemos virtudes, defectos y actitudes de lo más variadas e impredecibles.

Cuando tenía 20 años, descubrí que cuando me sentía intimidado por alguien, si lo imaginaba en calzoncillos, con medias y zapatos haciendo caca, me era mucho más fácil vencer el temor. Es una técnica que hasta hoy funciona. Con las mujeres no funciona.
Como sea todas tienen siempre cierto atractivo y con algunas me salio el tiro por la culata al trata de aplicar mi técnica. Será por eso que soy tan tímido con las mujeres.

Si estamos de acuerdo que la miseria humana es igual para todos, será más fácil leer este relato.

El operador era la persona encargada de hacer funcionar una computadora gigantesca con muy poca capacidad de recursos y memoria, pero monstruosos para la época. Había que saber dos o más sistemas operativos, conocer de los lenguajes de control, y hacer funcionar impresoras, unidades de cintas y discos magnéticos, lectora de cintas de papel (odioso aparatejo) y otros dispositivos, cada uno de los cuales tenía su “truquito”. Había que trabajar como mula y resolver cualquier problema de los clientes internos y externos, pelearse con los ingenieros de sistemas y los vendedores, que también eran ingenieros y que eran los reyes de IBM.

Ya sea una profesión u oficio, es una especie en extinción. Ya casi no existen y no son necesarios. La tecnología ha logrado que todo sea “no atendido”. En una palabra, los seres humanos ya no son necesarios a ese nivel.

Pero esos años que pasé como Operador y en Producción son de los más ricos de mi vida. Cada día era un desafío, una lucha contra las máquinas y contra un grupo de inteligencias jóvenes, brillantes, ambiciosas y con todas las gamas de tomar el mundo al menor descuido. Casi todos mis grandes amigos y compañeros del Centro de Cómputo han tenido trayectorias estupendas, extraordinarias y sumamente exitosas, tanto dentro como fuera de IBM.

Por alguna misteriosa razón, me gusta pensar que el éxito de todos se debe a todos. Cada día nos desafiábamos entre nosotros y las ansias de competir y ganar, hacían de este ambiente una especie de selva donde la ley de la inteligencia más brillante y la voluntad más fuerte eran los valores primarios. Sin este exhaustivo proceso diario, no hubieran llegado a donde llegaron, de eso no me cabe duda.

¡Pero cómo nos divertíamos! Dentro y fuera de la oficina, andábamos juntos, y muchos de ellos son amigos para toda la vida. Los éxitos y los fracasos eran sentidos y apreciados por la gran mayoría, y nos sentíamos orgullosos de ser parte de IBM, pero en especial, del Centro de Cómputo. Salimos campeones de fulbito y peleábamos todo. En una palabra, había toda una mística dentro de IBM para los “operadores”. Lentamente tomaron control de toda la IBM, incluso a nivel latinoamericano.

Si mal no recuerdo, los últimos 3 Gerentes Generales vinieron de Operaciones.

Lo que pretendo es de una manera muy humilde y personal, recordar algunas breves anécdotas de varios de los que pasamos por ahí. Por razones de prudencia e integridad física, no mencionaré ninguna mía. En fin, aquí vamos.

Quiero recordar al inefable Pepe, que un día lo encontré con un taladro, perforándose la muela, porque tenía caries y no tenía plata. Había puesto en el escritorio unos espejitos que se usaban para chequear los discos y se guiaba por ellos para taladrar. A mi alarmante observación, simplemente me dijo, “No jodas, no tengo plata y me duele, ¿OK?” Se perforó la muela, se puso un analgésico y cera dental y estoicamente, siguió trabajando. Todo un personaje.

Había un muchacho llamado Javier, inteligentísimo, excéntrico, original y amante de cualquier modificador de conducta. Casi siempre trabajaba el turno de noche de 11:00 PM a 8:00 AM. Una noche que me quedé tarde, vi que se sacaba los zapatos, y el overol que llevaba puesto, se puso pantuflas y para sorpresa mía, ¡estaba en pijama! Su respuesta a mi pregunta obvia tenía una lógica irreductible: “¿Cuñadito, que hora es? – Las 11 de la noche - ¿Y que hace la gente a las 11 de la noche? – Se va a dormir - ¿Y para dormir se ponen pijama, no es cierto? – Bueno, si, pero… - ¡Que pero ni nada, yo hago lo que hace la mayoría, me pongo pijama!

Este personaje solo usaba el baño de mujeres, porque era “mas limpio”. Y cuando quería dormir, ya sea porque no hubiera trabajo pendiente o porque estaba “cansado”, subía a la oficina de Gerencia General y se dormía en el sofá, para él, “el mejor colchón de toda la IBM”. Otra vez la lógica.

Una vez lo pescaron en la cafetería a las tres de la mañana. El piso de la cafetería tenía el ascensor bloqueado fuera de horas de oficina, pero él encontró una manera de abrirlo con media puerta a nivel del piso. Cuando el vigilante lo encuentra, en pijama, saqueando la refrigeradora, le pregunta “¿Y usted, que hace aquí? - ¿Yo? He venido a comprarme una gaseosa, pues.”

En una ocasión, el Ejército vino a usar una de las computadoras para correr sus procesos, y trajeron a un cabo, o sargento, al que pusieron a supervisar la impresión de reportes, que era sumamente confidencial. Este joven, por así decirlo, estaba uniformado, y la tela parecía tocuyo o diablo fuerte, pero lo más destacable era el olor a sobaco que desbordaba el ambiente. Ni los moros de Málaga olían tan fuerte como él.

Javier empezó a preguntar a todos los que estaban en la sala de máquinas, uno por uno: “¿Cuñadito, tu te bañas todos los días?” El sargento fue el último, y todos contestaron que sí, obviamente. Entonces, frente al culpable de la pestilencia, Javier suelta la pregunta, a todo pulmón: “¿Y porqué apesta a mierda, ah?”

¡Cómo olvidar a mi amigo Gino, el incomparable Gino! Mi compañero tenía ciertas habilidades extraordinariamente desarrolladas. Resumiendo, tenía una imaginación incomparable para mentir.

Lo tuve en Producción por 3 meses y cada vez que venía un usuario para pedir algún reporte que había cancelado, o que no habíamos enviado a proceso, Gino salía con excusas como que una rata apagó la mitad del Centro de Cómputo porque se comió un cable (lo cual ocurre a veces) o porque el “canal” de las impresoras no funcionaba. Los usuarios no tenían idea de cuál cable era o que diablos era un “canal”. Técnicamente, son hechos factibles, pero el detalle es que no eran ciertos.

Invariablemente Gino les decía que ya había sido enviado a proceso y que en cualquier momento iba a estar listo y que él los iba a llamar. Invariablemente también, esto era falso, y Gino nunca los llamaba.

Un día, ya escamado con el problema, le dije, “Gino, no me importa que mientas, pero cuando mientas, avísame, para ser consistente en la mentira, por favor. – Si, gordo, no te preocupes, cualquier “mecida”, yo te cuento”. Ese mismo día, salíamos ya y le pregunte, “¿Gino, dejaste a procesar el reporte de Don Pepe? – Si, gordo, por supuesto”

Al día siguiente, el reporte no estaba listo y le dije, “¿Te acuerdas de lo que hablamos ayer? Y al toque me mientes de nuevo… - Gordo, yo juraba…” Me place decir que es hoy Gerente de Sistemas en Inglaterra de un grupo muy grande de compañías.

Según sus palabras, la madurez le llegó a los 40. Pero era imposible molestarse con él. Cada vez que se le increpaba por algo apoyaba su cabecita en el hombro del increpante. Y nos hizo cagar de risa por años con sus ocurrencias.

Lo que llamábamos mudanza del Centro de Cómputo era una reubicación de las máquinas para acomodar a un nuevo procesador central, o por adición de diferentes dispositivos. Cada dispositivo, en el mejor de los casos tenía las dimensiones de un ropero de medio cuerpo. En algunos casos podían ser roperos de cuatro cuerpos. Moverlos era fácil, pero conectarlos por abajo del falso piso era otra cosa. Los cables para conectar estos roperos son del grosor de una lata de cerveza, para usar una medida universal.

Hay que trabajar como enanos durante un fin de semana largo para que todo esté listo. Y digo enanos, porque hay que ser enano para poder buscar los cables debajo del falso piso, pero con dedos largos de gárgola para poder llegar a los conectores, fuerza de titán para cargar lo que hay que cargar y jalar y resistencia de puente colgante para poder hacerlo por todo un fin de semana.

Eran requisitos indispensables también poder estar despierto 48 horas y poder tragar como desquiciado volúmenes inmensos de comida chatarra.

Y en cuanto a comida, la cosa era seria. Una noche de sábado el Gerente del Centro de Cómputo, se apareció para ver como iba la “mudanza”, y no tuvo mejor idea que llevar a comer al grupo. Creo que hasta hoy se debe estar lamentando. Apenas sentados, Percy, como siempre, hace la primera pregunta: "¿Y podemos pedir lo que sea? ¿Hay algún límite?" Julio, que no sabía donde se estaba metiendo, dice “No, ninguno. Pidan lo que quieran muchachos”. Inmediatamente Percy pidió el más caro y grande de los platos, uno que era para dos o cuatro personas. Aldo le siguió de inmediato. Repentinamente, Jose, Raúl, Jaime y Juan Carlos hicieron lo mismo. Se propagó como una epidemia. Luego postres, repetir postres, galones de gaseosas, completaban la epicúrea y costosa comida.

La cara de alarma y asombro de Julio era impresionante. Estaba estupefacto. Jamás hubiera pensado que existiera un solo ser humano que comiera todo lo que cada uno de ellos comió. Creo que el asombro era equiparable solo a su preocupación de cómo justificar el costo de esta pantagruélica comida.

En una de esas mudanzas, terminada exitosamente en tiempo record, recuerdo haberle dicho a Gino, “Gino, todo está funcionando, pero el cable que va a la primera unidad de control de terminales, está un poco forzado. ¿Puedes conseguir un cable mas largo y cambiarlo? - Sí, gordo, no te preocupes, yo me encargo”. Me olvidé del asunto. Pasamos 3 días tratando de descubrir porque todo el sistema fallaba intermitentemente.

Finalmente descubrimos que el dichoso cable, al estar forzado, se desconectaba por momentos. Ginito se había olvidado por completo de cambiarlo. Cuando le explique la gravedad del caso, con cara muy seria, se acercó, y puso su cabeza en mi hombro.

Un buen día ingresó un operador llamado Juan. Inmediatamente nos pidió que le dijéramos “Fifo”, que era su apodo, y así se le conocía. Un día le dieron un premio y tenía que ser publicado en los boletines, así que la secretaria de Personal lo llamo y le pregunto: “¿Fifo, como quieres que ponga tu nombre, como Juan o Juan Antonio? – Pon Fifo, por favor – No pues, tiene que ser algo mas formal – OK, entonces pon Señor Fifo”. De esas, una diaria, por lo menos.

En todos mis años de historia laboral, dentro y fuera de IBM, no he encontrado un ambiente más competitivo, agresivo y dinámico como el del Centro de Cómputo. Tampoco he encontrado otro más atractivo e interesante.

Definitivamente no era para cardíacos, y si uno no estaba atento, le pasaban por encima como tropel de elefantes. Era la ley de la Selva, vivir o morir. Los que no se ajustaron, duraron poco. El resto siguió luchando, con la adrenalina al cien por ciento, y listo para entrar a cualquier reto mental que se le pusiera enfrente. No pudo haber habido mejor escuela para ejecutivos, o técnicos o lo que se quiera llamar a las Maestrías o Post-grados.

La motivación, el reto, el placer de ganar y la desesperación por no perder crearon la mayor promoción de ejecutivos exitosos en IBM, y que siguieron creciendo en otras compañías.

Para concluir, el “oficio” de Operador de Computador, si así se le pudiera llamar, es en realidad la “Profesión” de Especialista de Sistemas con mención en Hardware, Software, Telecomunicaciones, Recursos Humanos y Liderazgo.

No es una sorpresa que esté en extinción. ¿Se imaginan el costo de entrenar una persona para llegar a ese nivel?

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