Pancho no sabía cómo fue que pasó. Hace poco había
salido del colegio y después la vida transcurrió tan rápido. Las promesas, los
abrazos de despedida, las amistades para siempre, las grandes expectativas y el
sentimiento maravilloso de saber que el mundo era suyo y de pronto estaba
sentado en su cama a las seis de la mañana, en calzoncillos y esperando
encontrase con un día de mierda en la oficina. Su mujer no se levantaría hasta
las diez por lo menos.
A los 52 años, Pancho trabajaba en una empresa donde
su cuñado había logrado colocarlo después de estar desempleado por más de un
año. Tenía seis meses allí y su trabajo consistía en revisar los inventarios de
materias primas y productos terminados. Tenía que caminar todo el día y contar
cada maldita caja, perno y lata que hubiera en stock. Siempre era preferible a
tener que hacer taxi toda la noche.
Hijo único de una familia de clase media alta, su
padre tenía un alto puesto en una gran compañía alemana, y vivían
estupendamente. Fue a los mejores colegios, tuvo los mejores juguetes y a los
trece años ya conocía casi la mitad del mundo. Era evidente que Pancho estaba
destinado a hacer grandes cosas.
Ingresó a la Universidad a estudiar derecho. Le
gustaba el ambiente, y su mente se abría a muchas cosas nuevas para él. Se
familiarizó con la injusticia, el sufrimiento de los más pobres y empezó a leer
a Roger Garaudy, Gorki y al Che Guevara además de todo lo que le pusieran por
delante en la facultad. El joven poeta y guerrillero Javier Heraud, muerto en
la selva peruana por el ejército, pasó a ser su modelo de vida.
Poco a poco, se indoctrinó con los movimientos
revolucionarios de todo el mundo. Cuba era la luz a seguir y sus programas
sociales extraordinarios. Cuando se dio cuenta, tenía un tutor, Coco, en la
facultad. Se reunían a diario y los fines de semana. Un sábado, al llegar al
café del Rímac donde se reunían, había 2 personas más. Se presentaron como los
camaradas Diomedes y Leoncio. A partir de allí, cada fin de semana se
encontrarían sólo ellos. Coco nunca más se le acercó. Aprendió técnicas de
reglaje, uso de armas, manejo de explosivos y la filosofía maoísta del
comunismo. Todo esto era difícil, ya que no podía tomar notas y no había textos
ni diagramas que seguir.
Un día Leoncio le manifestó que había llegado su
momento en la revolución. Le dijo:
-
Hoy el partido ha decidido darte la oportunidad de
diferenciarte entre ser niño y hombre. Tu nombre será "Teodoro" desde
ahora. ¿Estás dispuesto y disponible?
Pancho se sentía imbuido de una mística superior:
¡Estaba cambiando el mundo! La suerte de poder ser parte de este silencioso y
efectivo movimiento, lo llenaba de dicha. En un susurro cargado de lágrimas de emoción,
dijo "¡Sí, estoy dispuesto!"
Sin darle mucha importancia a la reacción de Teodoro,
Diomedes pasó a darle los detalles del operativo. Necesitaban urgentemente
fondos para la compra de equipo y armamento. Teodoro y tres compañeros más asaltarían
el banco Continental de Corpac, urbanización desértica y en crecimiento. Su
papel era muy simple: reducir al policía que estaba en la entrada armado con
una pistola que probablemente no había sido usada en años. El llevaría una
metralleta y sólo tendría que hacerlo entrar y obligarlo a echarse en el
suelo.
El día esperado llegó. Teodoro esperaba en la esquina
indicada hasta que llegó un taxi negro que se detuvo a su lado. La puerta se abrió
y sin hablar, al momento de entrar le dieron un pasamontañas y una metralleta AKM.
Nadie hablaba. Teodoro los observaba y se veía tan diferente a pesar de la
igualización del pasamontaña y el color negro de la ropa. Las manos oscuras,
callosas y gastadas. Y el olor a miedo en vez de unirlos los separaba más y más.
Gracias a las influencias de su padre, Teodoro pasó a
ser Pancho de nuevo y el asunto no trascendió a la prensa. Pero en Lima todo se
sabe. Pancho quedó marcado. Tuvo que dejar de ir a la facultad y consiguió
trabajo en un ministerio donde le debían algunos favores a su padre.
Pronto se dio cuenta que el vecindario en general lo
evitaba y terminó haciendo amistades en el ministerio. Dejó de frecuentar
Miraflores y San Isidro y empezó a sentirse más cómodo en Lince y Breña. Aun así,
percibía que lo veían como un intruso. Las castas sociales se hacían sentir
mucho más allá del color de la piel, pero se acostumbró, y con esa imperceptible
dejadez tan limeña dejó las cosas pasar.
Un día se enamoró y después de un tiempo razonable, se
casó. Tuvieron dos hijos, la parejita soñada. A estas alturas, Pancho ya sufría
por mantener a la familia con sus magros ingresos de asistente en el
ministerio.
Decidió visitar a sus amigos del colegio, y ver si
alguno de ellos lo podía ayudar, ya que la mayoría era profesional y algunos
incluso manejaban sus propias empresas. Fue recibido siempre con afecto, pero
recibía ese "no" disfrazado, blando y gaseoso.
-
Si, Panchito, apenas sepa de algo, te aviso. En este
momento no estamos contratando, pero ya saldrá algo, no te preocupes
-
Pancho, mi hermano, tenemos al jefe de Auditoria con
cáncer terminal. En unos seis meses la plaza ya debe estar libre y te llamamos
al toque.
-
Mira hermanito, lo que hay ahorita no es como para ti.
Llámame en unos cuatro meses. Aquí te dejo mi directo. Tu di nomás que has
estudiado conmigo.
Nunca lo llamaron ni le contestaron. Se cansó de
insistir y poco a poco llegó a la triste conclusión que la sociedad limeña lo
había quemado. Su padre empezó a ayudarlo, pero le era imposible colocarlo en
ninguna parte, e incluso él había tenido problemas por ser "el padre de un
terruco". Estaba por retirarse y muchos de sus contactos en el gobierno
habían dado paso a los funcionarios de la "Nueva Democracia".
El cáncer de su mamá acabó con ella y con su padre, además
de casi todos los ahorros que poseían. En menos de un año fallecieron ambos y
Pancho heredó la casa de Miraflores y los dos autos. Quedaba aun un poco de
dinero de los ahorros y el seguro, y Pancho decidió mudarse a Miraflores y
empezar de nuevo.
Los problemas empezaron cuando no pudo matricular a
sus hijos en ningún colegio de primera categoría. Era curioso que narcotraficantes
y políticos corruptos no tuvieran el mismo problema. Terminaron ambos en un colegio
nuevo, con nombre de presidente americano. Era un colegio recién fundado y recibía
a "cualquiera". Sus hijos fueron al "Clinton". ¡Ironías de
la vida!
Pancho no quería entender porque los vecinos lo
saludaban fríamente, los amigos del barrio no contestaban las llamadas o preferían
claramente ignorarlo en los encuentros casuales camino a la iglesia o a la
farmacia. Se negaba conscientemente a aceptar que casi quince años después, el
estigma de Teodoro lo seguía persiguiendo.
Pero la realidad era que su situación no mejoraba. En
el ministerio había subido en el escalafón de Nivel 5 Grado 4 a Nivel 5 Grado 1
en más de 25 años y la inflación galopante parecía hacer polvo sus ingresos en
dos o tres días.
El tiempo tampoco fue generoso con Pancho. Por el
contrario, lo amargó aun más y empezó a convertirse en un personaje solitario,
resentido y sobre todo, molesto con esta ciudad de mierda que se esforzaba en
no dejarlo avanzar. Cada año era peor que el anterior.
Un día llegó al ministerio y se enteró que había sido
elegido para ser parte de los que tomarían
la "renuncia voluntaria", con incentivos económicos que de
acuerdo a todos los cuadros estadísticos que les mostraron, le permitiría
disfrutar de una renta mayor a su sueldo o mejor aún, poner un negocio.
Pancho, con su candorosa ingenuidad, aceptó de
inmediato. Lo que la "Nueva Democracia" no le dijo fue que el interés
prometido era ofrecido por una organización que lo hacía públicamente pero de
forma ilegal. Sin embargo, los dejaron funcionar por unos años sin intervenirla.
Era un esquema de pirámide, pocos meses después, fue cerrada por el gobierno y
Pancho perdió sus ahorros y su trabajo.
Volvió a recurrir a sus antiguos amigos, esta vez en
tono de súplica desesperada, pero las respuestas fueron casi idénticas de los
pocos que aceptaron recibirlo.
Abatido y con las obligaciones que se le venían
encima, tuvo que dedicarse a hacer taxi en las noches, mientras durante el día
buscaba trabajo. Finalmente, obtuvo el trabajo en el que estaba actualmente,
gracias a su cuñado.
-
¿Pablo, que ha sido de tu vida? Te fuiste y nadie supo
nunca más nada de ti. ¡Qué gusto verte hermano!
-
¡Lo mismo digo Panchito! Estás igualito. Un par de
kilos más, pero los años no pasan por ti. ¿Cuántos van ya desde que salimos?
-
Ya van a ser 35 años. Parece mentira cómo pasa el
tiempo. ¿Y estás de paso por Lima o te has radicado aquí?
-
Bueno, estoy en proceso de venirme definitivamente.
Tengo algunos negocios en los Estados Unidos que estoy liquidando, pero eso
toma tiempo. ¿Y tú?
-
Bueno, yo trabajo en el área de inventarios de una
empresa industrial muy grande. Y ahí vamos.
-
¿Ya almorzaste Panchito? ¡Vamos, te invito!
-
De ninguna manera, Pablo. Lo que tienes que hacer es
venirte a comer a la casa en la noche. ¡Conocerás a mi mujer, que cocina de
maravilla!
-
No quiero imponer nada, Panchito ¿Seguro que tu mujer
no te va a hacer problemas? Ella ni sabe quién soy.
-
¡Por favor, hermano! ¡Como se te ocurre! Todo lo
contrario. ¡Va a estar muy feliz de que haya encontrado a mi mejor amigo del colegio!
Pablo estaba muy bien vestido, con saco y corbata, y
se notaba que era muy prolijo en cuanto a su aspecto personal. Pancho se sintió
un poco corto, pues estaba con una guayabera y unos pantalones de gabardina que
tenían muchos veranos encima. Le dio la dirección de la casa, algunas
indicaciones y se despidieron.
Al llegar a su casa, le comento muy entusiasmado a
Olga su fantástico encuentro y que había invitado a Pablo a comer. Ella,
mortificada, le dijo
-
No sé de dónde vamos a sacar plata para esta comida.
Como no le demos arroz con frejoles y pan frio, no va a comer nada.
-
¿Tú no entiendes, no? Pablo se está mudando a Perú, y
aquí piensa poner una exportadora muy grande. ¡Estoy seguro que me ofrecerá un
puesto importante! El está a otro nivel y no como estos pelagatos que no me han
querido ayudar.
-
Yo ya no creo en nadie. Mira de donde sacas plata para
la comida, porque de verdad, no hay nada y yo no tengo un centavo.
Pancho silenciosamente salió y subió a su auto.
Verificó que tenía el letrero de "TAXI" en la guantera y esperó a
llegar a Surquillo para ponerla en el parabrisas.
Después de tres horas, había reunido lo suficiente
para una comida decente. Llegó a casa y salió con su mujer a comprar. En el
camino le dijo:
-
A ver si haces algo para que tu hija no se presente
con esa ropa que está usando ahora. Parece una prostituta de "Taxi
Driver"
-
Y tú dile a tu hijo que no salga de su cuarto. ¡Con
ese aspecto gótico es capaz de asustar hasta a Drácula!
-
No te preocupes, que ya casi no sale. Vive solo de
madrugada.
Estas pullas y culpas compartidas eran catárticas para
ambos. No habían podido criar a sus hijos como hubieran querido, ya que los
problemas económicos y sociales de ambos habían tenido siempre la prioridad.
Olga preparó una comida estupenda para el escaso
presupuesto. Pablo quedó muy impresionado y repitió dos abundantes platos.
Comentaron sobre el futuro y las posibilidades de trabajar con Pancho, ya que
siempre se necesita alguien de confianza.
Pablo no solo le aseguró, sino que le exigió que
renuncie apenas comenzara su compañía a operar en Lima. Olga y Pancho sentían
que se les abría la puerta que había estado cerrada por tantos años.
Se despidieron entre abrazos y besos, prometiendo
repetir la ocasión apenas Pablo estuviera establecido, que sería en unas pocas
semanas.
Pablo empezó a caminar lentamente por las calles
húmedas de Miraflores, y a una distancia prudencial encontró una caja de cartón
llena de basura. Sigilosamente se acerco y arrancó uno de los lados de la caja. Aun caminando,
sacó una pequeña navaja y empezó a cortar el cartón, dándole la forma de una
suela de zapato. Repitió la operación y se detuvo. Se sacó uno de los
brillantes zapatos y puso una de las suelas dentro del zapato. Hizo lo mismo
con el otro. Pudo apreciar que los huecos de las suelas eran ya de tamaño
considerable. Tendría que ir pronto a Tacora a comprarse otro par para
"reencaucharlo"
Contento, y con el estómago lleno, pensó que no tendría que preocuparse de comer por dos días más.
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