¡Primero
de diciembre! ¡Llegó el día esperado! Pepito había dormido escasamente
esa noche. A sus 7 años de edad, esta era la fecha que venía esperando desde
que aprendió a leer y escribir unos meses atrás.
Finalmente
podría escribir su “Carta a Papa Noel”. En Navidades anteriores su mamá las
había escrito por él, con lo cual había que pasar una censura muy estricta, y
al parecer, su mamá no escribía muy bien, porque muchas de las cosas que había
pedido a Papa Noel, nunca le llegaron o habían sido reemplazadas por otras que
él no había pedido, y que francamente no le gustaban.
Además,
su mamá siempre trataba de convencerlo de pedir otros juguetes. Como por
ejemplo cuando pidió un auto de carrera que había visto en la tele, un “Dinky
Toy”, como el que tenían todos sus amigos, y le llegó una ambulancia blanca,
chiquitita, que era muy bonita, pero, ¿Cómo se podía hacer carreras con una
ambulancia? Él sabía que las ambulancias siempre iban muy rápido por lo de los
enfermos y todo, ¡Pero jamás participaban en una carrera!
-
Mamá, ¿Has visto alguna vez
una ambulancia en una carrera de autos? ¿Qué van a decir mis amigos?
-
Ay, Pepito, a mí me parece
muy linda. Y siempre que tu papá ve una carrera, yo veo que hay una ambulancia.
-
Mamá, es para los
accidentes, pero nunca corre con los otros autos.
-
No te preocupes, le va a
gustar a todos tus amigos.
Pero
Pepito se preocupaba y terminaba camuflando la camioneta con acuarelas y hojas,
para decir que era un “vehículo de guerra”. Lo mismo pasó cuando pidió una
escopeta de verdad y Papa Noel le trajo una escopeta de latón que disparaba un
corchito amarrado al gatillo para que no se perdiera.
Así
que ahora que ya sabía escribir, pensaba él solito hacer su lista y que nadie
le hiciera de intermediario. Pero como su escritura no era del todo perfecta y
podía haber algunas faltas de ortografía, pensó en Mario, su vecino, que era
como cuatro años mayor que él, y que sin censurarle ni escribirle la carta, con
gusto lo ayudaría a corregir cualquier error.
Pepito
tenía todo planeado. Le tomaría 3 días escribir la carta, 1 día corregirla con
Mario, 1 día para ponerla en un sobre y esperar al cartero, que pasaba todos
los días por la casa.
Aunque
casi nadie lo conocía, Pepito desde hace un tiempo había entablado amistad con
él sin que nadie se percatara de ello. Le preguntaba dónde iban las cartas,
quien recibía más en el barrio, y como se hacía para mandar una carta. Aprendió
lo de las estampillas y todo.
Una
tarde de noviembre, se atrevió a preguntarle al cartero cuánto costaría mandar
una carta al Polo Norte, a Papa Noel específicamente. El cartero sonriendo le
dijo que las cartas a Papa Noel eran gratis y no necesitaban estampillas.
Entonces Pepito le preguntó si se la podía dar cuando estuviera escrita, y el
cartero le dijo “¡Por supuesto! Yo mismo me encargaré de ponerla en el primer
embarque al Polo Norte.”
Pepito
sonrió maquiavélicamente. Estaba todo coordinado. Ahora sí Papa Noel recibiría
información original, y no a través de terceros. No habría tergiversaciones ni
erróneas interpretaciones.
Así
que ese día se levantó, era Sábado y todos dormían hasta tarde, especialmente
sus hermanas. Tenía cuatro y no lo dejaban tranquilo jamás. Hablaban todo el
tiempo de tonterías, lloraban de cualquier cosa y nunca le daban importancia a
los problemas que él tenía. Sobre todo, Mónica, la mayor, le hacía la vida
imposible. Tenía un extraño presentimiento que esto lo perseguiría toda su
vida.
Había
conseguido en el colegio papel de doble raya, donde le era más fácil escribir,
se sentó en su mesita, y empezó la carta. Después de considerarlo por un rato,
decidió que lo mejor era ir directo al grano. Su mamá le hacía recordar todas
las cosas buenas que había hecho y cuándo se había portado mal, y lo escribía
en la carta, para embarazo y molestia de Pepito.
Pensó
que era mejor decirle que se había portado bien “en general”, no entrar en
detalles y que había sacado muy buenas notas. Esto último era muy bueno, pues
Papa Noel podía ir a preguntar al colegio y de seguro le darían buenas
referencias, sobre todo si estaba la Miss Carmela, que lo quería mucho. Mas
bien la Miss Magali de inglés, no iba a hablar muy bien de él, pero las notas
estaban ahí y no mentían.
De
inmediato procedió con la parte que se tenía aprendida prácticamente de
memoria:
“Para esta Navidad, quiero que me traigas…”
Pepito
había pensado mucho en sus regalos y como evitar que le trajeran un regalo que
no se ajustaba a sus requerimientos.
Era
muy organizado para su edad, Estaba pensando de qué manera podía pedir un
regalo que no pudiera ser malinterpretado. Como la escopeta de latón en vez de
la de verdad, y que su papá le dijo. “Pero hijo, es de verdad. No dispara
balas, pero dispara”. Algo de razón había en eso.
Finalmente
creyó haber dado con la solución y empezó a escribir su carta. ¡En 3 días, y
tras innumerables intentos, la tenía lista!
Había
dado con la solución algunos días atrás. No tenía pierde. No había manera que
lo que pidiera fuera cambiado, y continuó con la carta:
“…un perro de verdad, un gato de verdad, un
elefante de verdad, una jirafa de verdad, una ballena de verdad, un león de
verdad, un tigre de verdad…”
La
lista era larga. Cuando terminó la carta. Pepito había pedido 26 animales de
verdad. Esto no podía fallar. Animales de verdad, son animales vivos, así que
Papa Noel no se puede equivocar en eso. Terminó la carta y el domingo fue a ver a Mario, que ya sabía que
tenía que corregir solo ortografía y algunos errores gramaticales, pues Pepito
le había advertido cual era el alcance de su trabajo.
Mario,
entre sonrisas, corrigió la carta y le dijo,
-
¿Pepito, no crees que
tantos animales son muchos? Papa Noel no trae tantos regalos a nadie.
-
Bueno, ya he pensado en
eso. Con que me traiga unos diez, voy a estar contento.
-
Pero incluso diez es mucho.
-
Mario, tú no entiendes.
Cuando mi mamá escribía la carta por mí, terminábamos pidiendo cuatro o cinco
regalos. Y Papa Noel me traía siempre dos o tres. Por eso ahora, le pido más.
-
No creo que funcione así,
pero es tu carta, Pepito.
Una
vez de regreso a su cuarto y previamente bloqueado para evitar el ingreso de
las hermanas, procedió a meter la carta en el sobre, engomarla para que no se
pudiera abrir así nomás, y mirando una carta de ejemplo, puso su nombre y
dirección como remitente en la parte de atrás, y al centro del sobre, muy
formal:
Sr.
Papa Noel
Polo
Norte
Planeta
Tierra
Presente
Esperó
pacientemente hasta que el Viernes llegó el cartero y corriendo fue a su
encuentro: “Alejandro, Alejandro, acá esta la carta para Papa Noel”. Alejandro,
algo cansado por el volumen de correspondencia navideña, y molesto porque los
vecinos no le habían dado muchas propinas como se estila en Navidad, recibió la
carta de mala gana, y le dijo, “OK, yo la enviaré” y siguió su pesada jornada.
Al
final del día, fue con la carta a su casa, y la dejó en un estante en la
cocina. La carta permaneció allí durante muchos días, hasta que el 24 de diciembre,
que Alejandro no trabajaba, se percató que tenía la carta de Pepito. Su
intención había sido dársela a los padres de Pepito para que supieran lo que él
quería.
Alejandro
era un personaje solitario. Nunca se casó y tuvo muy cortos romances con dos o
tres mujeres que no prosperaron. Hijo único, estaba lleno de manías propias de
un solterón y se aproximaba ya a los 60 años. Era muy tímido, casi no tenía
amigos, pero era muy buena persona. Siempre que podía, ayudaba a alguien en
apuros, y prefería siempre permanecer anónimo.
No
había vuelto a ver a Pepito desde el día que le entregó la carta. Se preguntó
cómo se sentiría cuando viera que ningún regalo de la carta llegaría esa noche.
Era ya muy tarde para hablar con los padres. No tendrían tiempo para comprarle
nada y seguramente le harían pasar un mal rato por ilusionar vanamente a un
niño.
Sintió
que su corazón se encogía y decidió abrir la carta. Recordó también que hace
algunos años, en una de esas fiestas de la oficina, lo hicieron vestirse de
Papa Noel, por ser gordo. Se rehusó de todas las maneras posibles, pero al
final no le quedó más remedio que ponerse el traje y pasarse la reunión
cargando a los hijos de los empleados y dándole un regalo a cada uno. No fue
tan malo después de todo. A él siempre le gustaron los niños. Era mucho más
simple y fácil hablar con ellos…
Por
su mente cruzó una idea muy aventurada para su carácter, pero sentía que no
tenía más remedio que hacer lo que pensaba, hasta que leyó la carta de Pepito.
Al
ver que quería 26 animales vivos, se le ocurrió mandarlo a vivir al zoo, pero
después lo pensó mejor.
Eran
casi las diez de la noche, y todos los negocios estaban cerrando. A toda prisa
sacó el naftalinado traje de Papa Noel, se lo puso, se tuvo que afeitar el
frondoso bigote, y se pegó la barba y el bigote blancos y se puso la peluca,
blanca también. Al mirarse al espejo, pensó que había hecho un buen trabajo.
Con
sólo la carta y la billetera, se dirigió a una tienda de mascotas que había en
la vecindad lo más rápido que pudo. Encontró al dueño cerrando la tienda, y le
explicó lo que quería hacer. El dueño lo hizo pasar y Alejandro casi de
inmediato vio lo que buscaba, Era una bolita dorada brillante, con 2 ojos
negros como boliches y una mirada casi humana. Entraba tranquilamente en una
mano.
El
precio del perrito era prácticamente un mes de sueldo de Alejandro, pero no
dudó un instante y lo compró. Al salir el dueño le dijo “Vea, este es un Golden
Retriever, hijo de campeones. Acá tengo todos los papeles, y puede pasar a
recogerlos otro día si gusta”.
El
cartero sonrió silenciosamente y pensó para sus adentros que esos papeles nunca
serían necesarios. Se lo entregaron en una cajita de regalo, con agujeros para
que pudiera respirar.
Alejandro
no tenía auto, y ya no había transporte público a esa hora. Calculó que le iba
a tomar como hora y media o dos llegar hasta la casa de Pepito. Empezó a
caminar a toda prisa. La noche era una de las típicas noches limeñas de diciembre,
húmeda y calurosa.
Mientras
tanto, en la casa de Pepito, Pepe y Lucía estaban muy preocupados. Sus cuatro
hijas le habían entregado sus cartas a Papa Noel, pero no hubo manera que
Pepito les entregara algo. A las preguntas sobre la carta, Pepito contestaba
“No quiero que se molesten por eso. Yo ya arreglé el asunto”. Con sus siete años,
Pepito sorprendía a veces con sus repuestas y su tozudez. Más que tozudo, era
obstinado y perseverante. Una vez que decidía algo, era muy difícil hacerlo
cambiar de opinión. Su papá le decía,
-
Mira hijo, si no me das la
carta, no voy a poder enviarla, y Papa Noel no va a saber que traerte. ¡Te
advierto que te vas a quedar sin regalo!
-
Papá, él ya sabe lo que
quiero. No necesito enviarle otra carta.
Pepe y Lucía pensaron que
él había escrito una carta y la había puesto en el buzón, así que Lucía insistía:
-
¡Mira que las cartas se
pierden y si no le has puesto estampillas, te la van a devolver y va a ser muy
tarde para mandarla de nuevo!
Pepito tenía respuestas para
todo.
-
¿Mamá, acaso no sabes que
las cartas a Papa Noel no necesitan estampillas? ¡Si lo sabe todo el mundo!
Lucía
se angustiaba mucho. Su engreído, el hombrecito de la casa, independiente y
coherente, a veces resultaba mucho para ella, que era todo sensibilidad y amor.
Pepe,
mucho más práctico, trataba de sonsacarle que carrito quería, pelotas, armas,
rompecabezas, innumerables juguetes pero Pepito no soltó prenda. No sabía que
Pepito tenía el temor que se comunicaran con Papa Noel para cambiarle alguno de
los animales que había pedido, o algo así.
Al
final, Pepe perdió la paciencia y le dijo a Lucía:
-
Este chico es terco como
una mula. Por mi parte, que se joda, le voy a comprar un par de carritos, un
balde para la playa y una pelota de fútbol. Si le gusta bien, si no, ya
aprenderá para la próxima. Le vamos a tener que decir que la carta se perdió
por no dárnosla.
-
Ay, Pepe, pobrecito. Me
rompe el alma, pero este chico es tan especial. A veces me hace sentir tan
orgullosa y otras me hace perder la paciencia.
-
Tienes razón, pero es un
buen chico, y muy maduro para su edad. Veamos como capeamos el temporal
Finalmente
dieron las doce y tras el saludo de Navidad, los niños se apresuraron a ir al
árbol a abrir sus regalos. Pepito estaba de pie frente al árbol, y no veía
ninguno de sus animales. Abrió sin entusiasmo sus regalos, que no eran en
absoluto lo que había pedido. Se dijo a sí mismo - “Entonces lo que dice el
gordo Mantilla es cierto, Papa Noel no existe, los regalos los compran los
papás”.
Experimentaba
la primera gran desilusión de su vida y sentía un profundo dolor. Tanto
esfuerzo por nada…
Alejandro
seguía caminando a toda prisa y como veinte minutos después de la medianoche,
llegó a la casa de Pepito. Tuvo que descansar unos minutos para secarse el
sudor, recuperar el aliento y recomponer el disfraz. Agotado, tocó la puerta de
la casa de Pepito. Lucía abrió la puerta y cuando escuchó al hombre vestido de
Papa Noel decirle
-
Buenas noches Señora, ¿Está
Pepito por favor?
No
supo qué decir y sólo atinó a señalarlo con la mano.
Pepito
levantó la cabeza y su corazón se detuvo. ¡Ahí estaba Papa Noel en carne y
hueso y con una caja en los brazos! Cuando lo llamó, no sabía si estaba
flotando o sus pies realmente se movían.
Al
llegar frente a él, Papa Noel le dijo
-
Pepito, lamento llegar tarde,
pero es una noche de mucho trabajo para mí, y quería venir personalmente para
explicarte que una carta a Papa Noel no es una lista de todas las cosas que
quieres tener. Debería ser una sola cosa, y es lo que más deseas. Yo no puedo
llevar juguetes a muchos niños porque no me da el tiempo ni las cosas que tengo
para dar. Tú eres afortunado y por eso te he traído una cosa de las 26 que
pusiste en tu lista. Pero quiero que para el próximo año pienses bien en lo que
vas a pedir.
Y
le entregó la caja. Pepito abrió la caja, miró al cachorrito y le gritó
¡Pascual! mientras el cachorrito saltaba a lamerle la cara. A partir de ese
momento, Pascual y Pepito se conectaron de tal manera, que ambos sabían que
estarían juntos toda la vida.
Pepe
y Lucía no salían de su asombro, y cuando Papa Noel se despidió de Pepito y las
niñas, que tampoco habían atinado a nada, llegó a la puerta y Pepe le preguntó
de qué se trataba todo esto. Alejandro mintió:
-
Ustedes no me conocen, pero
encontré esta carta en la calle, y pensé en el niño que no recibiría nada esta
Navidad. Decidí por lo menos ayudar a uno, ya que no puedo ayudar a todos los
que no recibirán nada. ¡Buenas Noches y Feliz Navidad!
Evidentemente
nunca lo reconocieron. Solo Pascual, que sabía la verdad, movía la cola con un
entusiasmo indescriptible cada vez que lo veía, saltaba y le ponía las patas en
el pecho, pues terminó siendo muy grande.
Al
año siguiente, Pepito escribió una nueva carta que sí llegó a manos de sus
padres. Al abrirla, solo decía:
“Querido Papa Noel, este año me he portado
muy bien y he sacado muy buenas notas. Para Navidad, quiero que mi regalo se lo
des a otro niño que no recibió nada el año pasado”
A
Pepe y Lucía se les salieron las lágrimas y a partir de ese año, para Navidad,
organizan entregas de regalos a niños pobres de la zona. Nadie supo nunca que
pasó con Alejandro. Pepito se graduó de veterinario y hasta hoy está seguro que
misteriosamente, Papa Noel sí existe.
Y
ésta sí es una Navidad “De Verdad”
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