Mi querida nieta, en unas pocas
semanas cumplirás cinco años. Me parece mentira que haya pasado tanto tiempo
desde que llegaste a iluminar mi vida y darle una mejor perspectiva. Usualmente
se dice que los hijos deben estar agradecidos de tener a sus padres, que han
dedicado una buena parte de su vida a darles las cosas necesarias para que
salieran adelante. Y no deja de ser cierto, pero no se menciona la alegría de
verlos florecer y desarrollarse para salir adelante. Al final lo que cada padre
desea es que sus hijos sean felices, y en la mayoría de los casos, esto no
llega sin una gran dosis de dolor y frustración, dentro del regocijo y
satisfacción que produce tener y ver crecer a un hijo.
Esa gratitud de la que se habla no
dice nada de lo que los padres les deben a los hijos. La mejor manera de
describir esa deuda es el aprendizaje que un ser humano necesita para entender
a sus semejantes y hacer por ellos lo que es correcto, no lo que quieren. Si un
padre no ha aprendido esta lección de sus hijos, entonces no ha hecho bien su
trabajo.
Sin embargo, poco se habla de lo que
les deben los abuelos a los nietos. ¡Dios mío! ¿Por dónde empezar? El primer día
que te vi y sin explicación lógica alguna, mis estructuras emocionales y espirituales
se tambalearon peligrosamente. Ni qué decir de las estructuras sociales. Fueron
pulverizadas.
Tú me conoces bien. Y sabes que tu
abuelo es muy sentimental y camina con sus emociones a flor de piel. ¿Cómo no
saberlo? A pesar de tu corta edad, lo manipulas expertamente para que, con una
felicidad extrema, tu abuelo se tire al suelo contigo a jugar o deje que saltes
encima de él, lo golpees, pellizques, y creas que su cara es mas maleable que
la plastilina que usamos para construir tus galletas y dinosaurios. Para saber
cómo y cuándo pedirle ese peluche que quieres o esa golosina que no debes
comer, y llegas incluso a hacer de él un delincuente a los ojos de tu mamá y tu
abuela por darte lo que no debes. Además, no tienes reparo en denunciarlo a
pesar de haberme prometido que no les vas a decir nada.
Pero tu abuelo es feliz de ser tu cómplice,
tu caballo, tu juguete o lo que quieras que sea y de asumir la culpa de tus
travesuras con gusto. Confieso que cuando me quieres maquillar y ponerme
pulseritas y abalorios, no lo paso bien. Pero por dentro me embarga un
sentimiento tan tierno y cálido que mis logros académicos y profesionales se
empequeñecen y se hacen hasta vanos.
¿Cómo se puede explicar esto? A la
edad de tu abuelo, un hombre está lleno de cicatrices y heridas que son producto
de pasar por la vida con la lucha diaria, las traiciones, los engaños, las
manipulaciones y las pugnas con otros seres humanos en esa permanente carrera contra
el tiempo y contra los demás. Ser el mejor, ser el único, ser el que ganó,
vamos.
Cuantos más años se tienen, mas
difícil resulta lograr relaciones en que uno esté dispuesto a darlo todo sin
recibir nada a cambio. Uno se vuelve precavido y cauteloso al acercarse a otra
persona. No se está dispuesto a abrir el corazón y menos aún, el alma. Se
analiza el riesgo, se ve el costo beneficio, el qué tengo que dar y qué voy a
obtener. En una palabra, el relacionarse con otros seres humanos es cada vez más
parecido a una relación comercial. Y muchas veces preferimos guardar lo que
tenemos por temor a ser heridos o maltratados.
Tú me preguntarás: ¿Por qué es así?
Cuando yo quiero jugar, juego y si alguien me quiere hacer daño, me defiendo o
lo evito, pero por lo menos lo intento. Además, lo olvido al poco rato.
Te voy a poner un ejemplo que te será
fácil de entender. Cuando llueve, ves que los adultos toman el paraguas para salir
a la calle y no mojarse. Incluso prefieren no salir a ninguna parte por el mal
tiempo. Esto lo hace la mayoría de las personas porque es una molestia andar
empapado por ahí. Pero tu prefieres salir y mojarte y jugar con el agua y el
barro porque quieres divertirte, pasarlo bien. Y te encanta. Los adultos fueron
algún día como tu pero hoy lo han olvidado y prefieren protegerse de aquello
que a ti te gusta tanto.
Es lo mismo con los sentimientos y
las emociones. Tantas veces se han visto dañados y maltratados por abrir el
corazón, que prefieren guardarlo en una cajita para que nadie pueda siquiera
tocarlo. Entonces, así como pierdes la diversión de jugar en la lluvia, pierdes
la capacidad de amar y de dar lo que tienes a otras personas y vas por la vida así,
protegido. Dejas de involucrarte y comprometerte porque es el precio que pagas
por tener tu corazón guardado. Eso sí, ya nadie te puede hacer daño. Y claro,
nadie te puede dar nada porque no tienes donde ponerlo. Tu corazón ya no recibe
visitas.
Casi todas las personas mayores
somos así. Incluso llega un momento que olvidamos que tenemos esa cajita con el
corazón dentro y perdemos hasta la llave.
Entonces un buen día, llega a
nuestras vidas alguien como tú. Un nieto, una nieta. Y de repente, todo cambia.
La cajita se rompe, el corazón irrumpe estruendosamente en tu vida y todo el
amor que tenías guardado inunda tu ser y tu vida. Todo por ver una personita
que no pesa nada, que no dice nada y que todo lo que hace es caquita (bastante)
y pila, además de llorar sonoramente y tomar leche y mas leche.
Desde ese momento, nuestra vida
cambia. Nos sentimos felices como muchos años atrás. El mundo se llena de sol y
nuestra vida de alegría y regocijo. El corazón vuelve a latir con fuerza y la
cajita se ha roto para siempre.
Empezamos a ver a las personas de
manera diferente, nos volvemos más amigables, más cariñosos, más comprensivos.
Entendemos de una buena vez por todas que ni nosotros ni los demás somos
perfectos. Que es normal cometer errores y tener debilidades. Y empezamos a ver
todo con más claridad. Finalmente, la vida tiene sentido, la alegría de vivir
regresa y tal como Scrooge descubre en la historia de Dickens, “Cuento de
Navidad”, vemos que aún no es tarde, que la vida es maravillosa y que tenemos
todo el derecho del mundo para vivirla así, con júbilo y regocijo.
Ahora ya tienes una hermanita, Al
igual que tu cuando naciste, por ahora no hace nada y sin embargo hace todo. No
quiero que te pongas celosa, pero he vuelto a sentir lo mismo que cuando
naciste. Y si vienen más, volverá a pasarme lo mismo. Pero tu serás siempre
única e irrepetible, como lo será tu hermana y todos los que vengan. Todos
serán aquel y aquella al que más quiero, siempre. Y cada uno de ustedes será mi
preferido.
Espero que algún día puedas leer
esto. Lo escribo con ese propósito. Pero más importante es que lo comprendas y
sepas que es lo que les deben los abuelos a los nietos.
Los nietos son los responsables de
que los abuelos tengan una razón para vivir cuando piensan que ya todo ha
terminado para ellos. Y eso, mi nieta querida, no se puede pagar con todo el
oro del mundo.
Tu abuelo que te adora,
ABU
Qué lindo! Algo del corazón, quisiera saber cómo hacer esa cajita protectora? No aprendo y siempre me duele, seré yo el único ser humano que siempre tropieza con la misma piedra?.Cambiando el tema, cuando tu nieta pueda leer este relato, se va a sentir orgullosa de tenerte como abuelo, tienes muchos sentimientos lindos para ella.
ResponderBorrar