enero 05, 2014

El Siglo XXI y Yo

 
Me considero una persona técnicamente hábil, por lo menos lo suficiente como para aun combatir con la tecnología de este siglo con relativo éxito. Googleo, facebookeo, twitteo, participo en foros tecnológicos y conozco lo suficiente para saber vagamente, lo admito, qué está sucediendo en este atractivo e implacable campo. Es decir que para mi edad, me siento ligeramente orgulloso de ser aun competitivo.

Mi problema con este siglo es diferente, y probablemente más prosaico. Aparentemente el mundo ha seguido progresando en otros campos, de los que yo no tenia ni idea. Como por ejemplo el día que Marita compró una especie de esponja para bañarse, una para mí y una para ella. Y jabón liquido. La esponja ésta mas parece un “waipe” sofisticado y se llama “loufa” en ingles.

Aun me preguntaba que pasó con mi amigo de tantos años, el señor Jabón. Blanco, verde, amarillo, rosado, pero siempre listo para brindarme sus servicios. Me dijo mi mujer que ya no se usaba, que ahora había que usar la “loufa”, mucho mas higiénica y eficiente. Había que echarle el jabón líquido, y al frotarla contra el cuerpo salía bastante espuma. Lo intenté, pero volví en una semana al jabón. Blanco y grande.

En esta época, y hace ya varios años, todo, absolutamente todo, tiene fecha de expiración. Mis hijas son enfermizamente cuidadosas en esto. Yo no crecí con eso, así que para mí saber si algo está malogrado es una cuestión de olfato. Si huele comible, va para adentro. Ellas se vuelven locas cuando me arrimo a comer un bistec que dice: “mejor consumir antes del día tal” y ese día fue el domingo pasado. Les digo que estoy descontando feriados y días no laborables, pero en vez de reírse, me miran como si hubiera tirado los evangelios por tierra. Ni qué decir de las medicinas. Nunca miro la fecha y todas mis mujeres se desesperan cuando me tomo un antihistamínico que compramos probablemente en la década pasada.

Y propia de este siglo es la obsesión por la ropa “casual”. Especialmente en este país. Fui el otro día a comprarme zapatos. Normales, de cuero negro, con o sin pasador y cómodos, para ir a trabajar. No soy muy exigente en el asunto. Al llegar a la zapatería, que es del tamaño de un supermercado promedio, sin exagerar, habría unos 500 tipos de calzado masculino. De estos yo diría que casi 400 eran algún tipo de zapatillas. Todos los colores, estilos y atributos que uno se pueda imaginar. Luego entre 75 y 80 eran pantuflas, top siders, sketchers, crocs y slaps dejándome unos 20 modelos. Salí sin comprar nada porque de los 4 modelos que escogí, ninguno estaba disponible en mi talla.

En la oficina, hace ya algún tiempo, me ocurrió algo gracioso pero muy chocante. Casi toda mi vida he ido a trabajar con saco y corbata, pero en los últimos años no ha sido así. Hay una tendencia “anticorbata” que me hizo pensar en levantar un caso de discriminación.

El “casual Friday” ya es una institución en este país. Como ya nadie va con terno, el dichoso Viernes se tiene uno que vestir con blue-jean, polo con cuello, (no camisa) y por supuesto zapatillas.

Personalmente pienso que el blue-jean es mas incómodo que cualquier pantalón holgado, de buena tela, que es mucho mas fresco y agradable al tacto. Y lo mismo pienso de las camisas. Nunca he criticado esta práctica, pero yo prefería ir los Viernes vestido como cualquier otro día, es decir con pantalón, camisa y zapatos. La verdad, extraño la corbata, pero es una cuestión de moda y hay que adaptarse a los estándares del siglo. El caso es que un Viernes mi gerente me llama a su oficina para preguntarme por qué iba vestido así los Viernes. Le expliqué que para mí era mucho mas cómodo, pero me pidió como favor especial que fuera vestido como los demás, porque eso fomentaba la unión del departamento. Sobran comentarios. Soy un dinosaurio del siglo pasado en este tema. Pero eso sí, mis zapatillas son blancas o negras y no tienen autógrafos, ni franjas púrpura fosforescente.

Probablemente el cambio que mas ha afectado mi vida, ahora que tengo que usar polos, es la tendencia creciente de no poner etiquetas en la ropa. Ahora viene grabada en la prenda en colores sutiles y que todo el mundo aplaude. ¿Qué como me afecta a mi este cambio? De una manera dramática. El caso es que para mí las etiquetas eran el punto de referencia para saber si el polo estaba al derecho o al revés, y en el caso de los shorts y calzoncillos, para ponérmelos con la bragueta delante.

A las 6 de la mañana y con luz artificial, me cuesta mucho trabajo ver para qué lado está la maldita impresión que reemplaza la etiqueta. Me he puesto los polos al revés numerosas veces, y me he dado cuenta al estar en la oficina; con los calzoncillos es aun peor, pues la próstata ya tiene vida propia y repentinamente, sin previo aviso, quiere ir al baño. Es horrible y frustrante el darse cuenta en ese momento clave, frente al urinario, que el calzoncillo esta al revés. Ni mencionar los embarazosos incidentes por los que he tenido que pasar.

A mí las etiquetas nunca me molestaron y eran amigables indicadores que me hacían la vida mas simple. He tenido que encontrar otros métodos, como chequear que los botones del polo estén hacia fuera y buscar la bragueta para ponerme mi ropa interior.

¿Y el aparatito para cortarse los pelos de la nariz? Un buen día llegó Marita con uno de ellos, muy bonito, cromado y todo, y la tijerita que usaba para tal menester desapareció. Desde esa fecha cada vez que lo uso paso 10 minutos frente al espejo tratando de capturar algún maldito pelo rebelde. He tenido ya varios y todos tienen el mismo problema. ¡Quiero mi tijerita!

Soy un fanático del smartphone, tengo una tableta Android y una iPad, además de una laptop y 2 PCs. Me encanta probar cosas nuevas, y me parece sensacional cómo la vida de la gente está cambiando gracias a estos prodigios electrónicos, pero en lo que respecta a las pequeñas cosas de la vida diaria, me cuesta mucho trabajo aceptar ciertos cambios.

En el siglo pasado, tener un Nintendo y jugar Súper Mario era lo máximo. Mi mujer, conociéndome mejor que yo, no tardó en regalarlo, pues mi personalidad adictiva ya estaba convirtiendo el juego en una obsesión. Desde ese entonces tengo mucho cuidado con los juegos y regularmente no participo de esa actividad.

Pero llegó Candy Crush y con toda la publicidad, comentarios y “push” que recibía, lo instalé en mi iPhone, pensando que seria una buena manera de matar el tiempo libre, cuando tengo que esperar a mi mujer o al médico, que acá lo recibe a uno 45 minutos después de la cita acordada. Todos los médicos hacen lo mismo.

Me pregunto si esto tiene un propósito que desconozco, como cavilar en qué me aqueja, o qué le voy a decir al doctor. Pero a mí me parece que es una bravuconada de los galenos que lo que quieren decir es algo así como “Para que sepas quién está en control, te hago esperar. Y no insistas”. En otras palabras, lo hacen sólo por el gusto de joder.

La cosa es que ahora tengo instalado el maldito Candy Crush en todas partes, así que es la próxima adicción en la que tengo que trabajar. En esto, como se puede ver, me adapté al cambio perfectamente.

Escribo esto fumando mi e-cigarrete, pues hace dos semanas que no fumo tabaco. Es un cambio de este siglo que aparte de hacerme sentir miserable, funciona,

¡Que viva el cambio!



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