enero 08, 2014

Fulbito en la Oficina




Tengo muchísimos recuerdos de IBM. Estuve casi 19 años en esta extraordinaria compañía. Después de eso, he pasado por empresas públicas, privadas, pequeñas, grandes y gigantescas, además de haber tenido mi propia empresa. Ahora estoy abriendo otra, pero es bastante pequeña.

En ninguna de ellas pude apreciar la visión que tenia IBM de sus empleados. Con 3 sencillos principios, respeto por el individuo, servicio al cliente y excelencia por encima de todo, IBM sigue siendo parte de mí, 21 años después de haber salido. Y he podido recibir la misma impresión de muchos ex-empleados.

Siempre se burlaban de nosotros, porque todos tenían terno azul o gris oscuro y camisa blanca en esa época. A mí me molestaba mucho eso. Hasta que un día, alguien me dijo: "la razón por la cual todos se visten igual, es para que no haya diferencia entre el conserje y el gerente general". Todos se trataban de tú, lo que me costaba trabajo, al ser un mísero chupe, y dirigirme a un gerente de sucursal y decirle "Hola, Lalo", me costaba mucho, pero me ajusté. Esto era parte también de la democracia en IBM.

Quizás lo que la hizo diferente fue la norma que tenía de "Hable francamente". No sólo le pedían a uno que dijera lo que pensaba, sino que era casi una orden. Me acostumbré a llamar las cosas por su nombre y a señalar lo que a mi parecer estaba mal. En las reuniones de trabajo, había que reservar un tiempo muy amplio para poder resolver todas las preguntas, dudas y criticas.

Más adelante, en mi vida laboral, por hacer lo mismo, he estado a punto de perder el trabajo. Como escuché a un IBMista una vez: "A mí me han contratado no para decir sí señor, a mi me han contratado para que de acuerdo a mi punto de vista, diga lo que me parece mal. Una vez de acuerdo, todos tienen que empujar para adelante"

Eso solo ocurría en IBM. Cuando en otra empresa se lo planteé a mi jefe, el Vicepresidente de Finanzas, se le subió la sangre a la cara y a punto estuve de ser despedido. La obsesión por ser el mejor, por dar más de lo requerido, y aun así, mas todavía, solo la he visto en INBM.

Pero basta de elogios al Alma Mater. Quería compartir algunas historias de mis aventuras con el Gerente General cuando yo ingresé. Evidentemente, mi karma me permitió entrar a IBM, pero estaba listo a hacerme algunas jugadas.

Normalmente, para ingresar a IBM, había que entrevistarse con el futuro gerente inmediato, su gerente, el gerente del área, el gerente de Personal y el Gerente General. Di varios exámenes de IQ, psicotécnicos y de comportamiento. Logré engañarlos a todos y pasó desapercibido para todos mi locura obsesiva, mi bipolaridad, y mi afición desmedida a los modificadores de conducta.

Solo hubo una entrevista que no se pudo realizar, aquella con el Gerente General, que estaba de viaje en Nueva York por casi 3 semanas. Pero dado que era uno de los niveles más bajos de la organización, y que había impresionado favorablemente a todos, me contrataron.

Un sueldo increíble, una compañía increíble, un sueño hecho realidad, caminé sobre nubes casi una semana.

El principio fue espantoso. No entendía nada. Parecía que hubiera entrado a Harvard o Yale viniendo de la universidad "Alber Aistain". Sufrí mucho pero contra todos los pronósticos, no me botaron.

A los pocos días de estar en IBM, alguien del departamento me preguntó si yo jugaba fulbito, a lo que conteste que sí, que era arquero. Sin siquiera preguntarme, apuntaron mi nombre y pasé a formar parte del equipo de IIS (Internal Information Systems), que destacaba mas por su entusiasmo que por su técnica. A excepción de un muchacho llamado Enrique, todos éramos mediocres pero con mucho corazón. En el campeonato casi siempre perdimos o empatamos, pero no se la hicimos fácil a nadie.

Este relato trata de un partido especifico. El CC (Centro de Cómputo) era un equipo joven, que tenía mejores jugadores que nosotros en promedio, pero tampoco era uno de los mejores. Teníamos algunas probabilidades de ganar por lo que habíamos visto de ellos en juegos anteriores. El único problema era que jugaba Augusto, Gerente de Ventas y el número dos en la compañía. No jugaba mal y me advirtieron quien era. Nada más. No me dijeron que no lo tocara, ni que tuviera cuidado. Yo, imbuido del espíritu democrático que se respiraba en IBM, decidí salir a cortar las jugadas con la misma fuerza y pasión que ponía en cada una. No tenia porque haber diferencias.

Sin embargo, cuando empezó el partido, noté que había un jugador en la delantera al que no conocía y Augusto había sido trasladado a la defensa. Pensé para mis adentros que era una muy buena señal. No tendría que partir pelitos con nadie por un foul o entrada fuerte.

Este individuo era alto, atlético y tenía una mirada difícil de definir. Era mas bien inquisidora, como tratando de ver mas allá de lo usual combinada con cierta extraña dureza como de alguien acostumbrado a salirse con la suya, pero empujando hasta el límite necesario nada más. Sin duda inspiraba respeto.

Al mirarlo, siendo yo un bisoño y equívoco juez de carácter, pensé que era un vendedor de Procesamiento de Datos y que esa era la mirada con la que medía a sus clientes. El tiempo y las circunstancias me corregirían dolorosamente esa impresión.

Mientras tanto, el partido había comenzado. El jugador nuevo con el número 9, era fuerte, muy veloz y tenía bastante habilidad. Me dio mucho trabajo, tuvimos más de un golpe en las canillas ambos, y sus labios se habían convertido en una fina línea. Yo feliz, porque sabía que eso significaba que estaba molesto. Iba ganando la batalla. Ningún otro delantero destacó y todos los pases parecían dirigidos a él.

Increíblemente, metimos un gol, y casi de inmediato, metimos otro. Fue en ese momento que el número 9 empezó a atacar con todo, pero el destino estaba de mi parte. Un par de palos, dos fallas increíbles y la valla invicta.

Entonces decidió adoptar otra táctica. Cuando la bola sale fuera por el lado del córner, el arquero debe sacar con el pie. Los jugadores contrarios no pueden entrar al área. Ante una salida de córner, al momento de patear la bola, me encontré con el nuevo jugador en la raya del área, bloqueándome la salida. Además saltaba muy alto y yo no podía dar un buen pase. No lo pensé mucho, y patee fuertemente al cuerpo, con tan buena suerte que el pelotazo cayó abajo de la cintura.

Se agachó de dolor, yo recogí la bola tranquilamente, e hice un pase con la mano. Jugada limpia según las reglas, no tan limpia en cualquier otra circunstancia. Pero era el calor del juego, y teníamos que ganar.

A escasos minutos, una jugada idéntica, con resultados idénticos. Sin embargo, parecía que el ánimo del publico había bajado un poco. Casi no se escuchaba nada excepto los gritos de los jugadores. No le preste atención y terminó el primer tiempo. Cabe mencionar que el número 9 no se quejó, ni pidió cambio. Siguió en la brega, aunque por momentos se podía ver el dolor en su cara.

Al llegar a la banca, me recibe Pepe, el veterano del grupo y me dice

- Oye inconsciente, ¿Que estás haciendo?
- ¿Cuál es el problema, Pepe? El pata se pone en frente mío, y no es foul ni nada.
- ¡Que foul, imbécil, ese es Gonzalo, el Gerente General!

¡Mierda! ¡Mi futuro hecho añicos, mis sueños destrozados! Porque mucha democracia e igualdad dentro de IBM, pero esos tiros fueron con mala leche. Él lo sabía y yo lo sabía. Era suficiente.

El partido terminó 4-2. Gonzalo metió los 4 goles.

Algunos años después, nos hicimos amigos, haciendo aeróbicos en la oficina. Nunca hasta donde yo sé, hubieron represalias. Confieso que en el caso inverso, yo hubiera enviado al susodicho a remar en las galeras. Pero hay personas mejores que uno, gracias a Dios.

Poco antes de salir de IBM, nuestros destinos se volvieron a cruzar. Yo tenía un examen en la Universidad a las 2PM y decidí ir a almorzar a la cafetería antes. Yo llevaba un maletín que me habían regalado en IBM. Lo dejé encargado en caja para recogerlo antes de salir.

Así lo hice y me fui a la Universidad, di mi examen, bastante bien por cierto, pero nos obligaban a permanecer en el salón hasta que todos hubieran terminado, Decidí abrir mi maletín a ver si encontraba algo entretenido, y lo primero que vi fue un periódico, muy extraño ya que yo nunca compraba diarios. Siempre leía el que alguien había comprado.

Estos maletines tenían un monograma con el nombre del propietario, y habían regalado uno a cada empleado que había ganado el premio Administrativo de Excelencia. Fui a ver de quien era, ya con la seguridad que ese no era el mío. Al leerlo, salté de la carpeta y salí como una bala, derribando carpetas y alumnos en el camino. ¡Era el maletín de Gonzalo!

¿Por qué, por qué? Me preguntaba yo mientras caminaba a toda prisa y a los costados veía como se derrumbaban los salones, se caían los arboles y la tierra se abría. Porque una cosa es un partido de futbol y otra muy diferente llevarse los papeles de trabajo del gerente general a una excursión universitaria.

Al llegar a la entrada de la Universidad, me encontré con Alberto, compañero de IBM, que había sido "comisionado" a recoger el maletín. Nos miramos unos instantes a los ojos, pero fue suficiente para transmitir "Como haces eso, pues hermano, te voy a extrañar".

Alberto recibió el maletín, y para completar el terror de la escena, me dijo:

- Ya no tiene sentido que vayas, quédate no más!
- ¿Por qué? ¿Te han dicho algo?
- No, ya tengo el maletín, tú sigue con lo tuyo.

Demás está decir que enrumbé a la oficina de inmediato para hablar con Gonzalo. Primero llamé a Leslie y Carmen, el filtro oficial para llegar a Gonzalo. Ambas me tranquilizaron y me dijeron que lo habían calmado, explicándole que yo era buenísimo y que jamás se me ocurriría nada malo con esos documentos.

Debo confesar que ambas estaban equivocadas. No fueron los principios los que me impidieron ver el contenido del maletín: fue el terror. Puro y simple. Por lo menos soy sincero.

Me pasaron con Gonzalo, pues no me atrevía a hablar con él en persona. Obviamente, el incidente del fulbito volvió a mi mente. En estado febril escucho la voz de Gonzalo:

- ¿Aló, Fernando? ¡Nos pasó la de James Bond!
- Hola Gonzalo, un millón de disculpas. ¡No me di cuenta!
- No te preocupes. No había nada importante y además a cualquiera le pasa.

Aproveché para decirle torpemente

- La verdad es que sólo vi un periódico e inmediatamente me di cuenta que no era mi maletín. Vi tu nombre y salí de inmediato para la oficina, pero Alberto me encontró. No sabes cuánto lo siento.
- No te hagas problemas. Lo importante es que ya está todo en orden. Tú tranquilo. Un abrazo

Nunca supe que había en el maletín, pero según las fuentes extra-oficiales, estaban las evaluaciones anuales de performance de toda la plana gerencial que le reportaba.

¡Cómo me la perdí! ¡Con lo que me gusta a mí el chisme!

Gonzalo fue un gerente extraordinario. Solo puedo hablar de él como un caballero, con mucha visión y un extraordinario don de gentes.

Mis respetos, Maestro!

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