diciembre 08, 2012

¿Qué Se Siente?


Bueno. Ya tengo una nieta.

Previamente al acontecimiento, le preguntaba a mi hermano y a todos los abuelos que conocía: ¿Cómo es? ¿Qué se siente? Uno nunca quiere estar desprevenido ante algo así.

Abigail - Dos horas de nacida
Todas las respuestas que recibí eran vagas, difusas y en resumen inútiles para prepararme. Decidí buscar en Internet. Pero Internet tiene además del abrumante volumen de información falsa, opiniones sesgadas unas, parcializadas otras, estúpidas la mayoría.

Busqué dentro de mí, tratando de recordar cómo fue cuando tuve a mis hijas. Gracias a Alzheimer, la arteriosclerosis y la edad, los recuerdos no eran claros; eran luminosos, sí, y algunos definitivamente grabados en piedra.

Pero en ellos había una sensación indescriptible de felicidad, orgullo, responsabilidad y temor.

Algo así como - Huy chucha, que bacán, ¿y ahora qué hago? Voy a tener que empezar a ser responsable sí o sí. Ya no hay opción, sino tirar para adelante y cuidar a estos ángeles. ¿Y si les pasa algo? ¿Si resultan ser como yo? ¡Dios Mío, no!

Hice lo mejor que pude. Incluso dejé de tomar. Y otras perlitas más... Pero eso es harina de otro costal. Y las hijas también.

En fin, traté de prepararme de la única manera que sabía: anticipándome a los hechos y construyendo todos los eventos, consecuencias y actos en mi fértil, exagerada e impenitentemente equivocada imaginación.

Y continué viviendo mi vida, cada día añadiendo un poquito más a la ya diseñada y en construcción escena de la nieta.

Mi hija no me quería decir el nombre. Decía que decidiría cuando la viera. Sugerí nombres a diestra y siniestra, sabiendo que después de que ella rechazara Fernanda (precioso nombre), todas mis sugerencias contribuirían por lo menos a que no se llamara como yo no quería.

Mis tres generaciones de mujeres
Un día fuimos a ver sus fotos en el vientre, con unos aparatitos nuevos que construyen la imagen basándose en el sonograma. La enana estaba escondida atrás de algo, y no pudimos verle la cara. Los años me han enseñado a ser civilizadamente impaciente. Es decir, mantener el arroz con mango dentro de uno. Así lo hice.

Hasta ese momento, todo era relativamente correcto. Simplemente era una ocurrencia importante, pero sin riesgo alguno, así que fue fácil. Lo que me sorprendió e hizo tambalear el escenario mental, fue como me afectaba. Estaba sumamente nervioso y externamente impaciente.

Lo primero que se me vino a la cabeza fue obviamente si esto era normal, el no poder verle la cara. Observando el entorno, asumí que era normal. Todavía faltaban casi dos meses, tiempo más que suficiente para terminar de construir el esquema mental y creer que estaba preparado para el acontecimiento. Quedamos en ir la siguiente semana para tomarle sus primeras fotos a la nieta.

Así las cosas, me fui a trabajar el lunes como cualquier lunes, renegando. Al medio día llamé a Marita y me dijo que Mónica no se había sentido bien desde el domingo; yo por supuesto, recién me enteraba y pregunte qué pasa. Marita me dijo que nada, que parecían alergias que se complican con el embarazo. Llamé a las dos de la tarde y me enteré que seguía sintiéndose mal, y que la iban a internar. Bueno, aparentemente y dentro de las circunstancias, todo estaba normal, simplemente una precaución adicional. Llamé a las cinco y Mónica estaba internada y que si seguía mal, le iban a inducir el embarazo. ¿Por una alergia? No, ni hablar. A las siete llegué a la clínica y me dijeron que la bebe ¡debería nacer como a las nueve y media de la noche!

Yo tengo 3 imaginaciones, la Positiva, la Genial y la Aterradora. Los nombres las describen por si solas.
Un hombre feliz

Las imaginaciones van todas a cien por hora tratando de arreglar el escenario mental, excepto la Genial que pide calma para investigar que puede haber pasado. La Genial, además de chiquita, es cojuda de campeonato.

¿Qué puede contribuir el saber el porqué, cuando el hecho está a las puertas de ocurrir? Sin embargo la Positiva que ha venido creciendo un poco últimamente, corre en su ayuda y la conforta con frases como está todo bajo control, la clínica es de lo mejor, el médico es muy bueno, y a Mónica se le ve de muy buen ánimo. Marita está muy tranquila, etc.

Aterradora, que ha venido trabajando compulsivamente, como siempre, ya ha recordado que nuestra vecina Casey nos había dicho que la clínica era muy nueva y que todavía les faltaba coordinar mejor todo, luego se enteró que el doctor no era el que se suponía, y empezó a revisar todas las habitaciones para encontrar problemas. Descubrió un par de enfermeras que en su concepto eran ligeramente fronterizas y no le gustó el aspecto del doctor suplente, que tenía un tufillo al "Indio Fernández", pero más limpio.
El pensamiento guía, que debió haber sido "Hoy nace un nuevo ser humano que es mi nieta", elabora algo mucho más egoísta y prosaico: "¡Voy a ser abuelo, carajo!". Como me levanto, me siento, camino, entro, salgo, verborreo, todo al mismo tiempo, veo que mi presencia empieza a ser vista como un mal necesario, así que decido sentarme y quedarme callado.

¡Eso alimenta el fuego! Quedarme sentado realmente empieza el torbellino interno. Con todo el trajín, el ir y venir de lo que puede salir mal, las imaginaciones no solo no han podido construir un escenario mental, sino que han destruido el que existía. Me quedo contemplando al pensamiento guía mirando un campo similar al de un maizal después de la cosecha. No hay nada que recuperar, y sólo queda, por supuesto, la línea directa.

Ahora el número de Dios es uno de los programados en mi teléfono mental, así que a pesar de todo, hablo con él con frecuencia y le pido que atienda el caso, pues yo soy incapaz.

En su color favorito
Con los años y el esfuerzo, he descubierto también que hay un pequeño balcon en mi mente al que nadie puede entrar. Es chiquito, pero silencioso y relativamente oscuro. Me hace acordar al cuarto oscuro en que nos metían en kindergarten. Era en realidad un closet sin luz. En esa época, la palabra trauma estaba aún fuera del diccionario. La verdad que a mí me gustaba, pero como me portaba bien, me metían muy pocas veces. Otros chicos parecían vivir ahí.

Me quedo así un buen rato, hasta que se llevan a Mónica al quirófano. ¡Mierda, otro tsunami! Aterradora, en franco descontrol cabalga por el maizal como jinete del Apocalipsis. Positiva, que aunque chiquita, es bien macha, se le enfrenta en lucha desigual. Genial está llorando, acurrucadita. ¡No solo no vas a ser abuelo, sino que te vas a quedar sin una hija! ¿Cuántas veces amenazas con profecías que nunca resultan? ¡Ya no jodas y anda acuéstate! Bueno, muchas me han resultado, ¿sí o no? Genial grita con su vocecita: ¡menos del 5 por ciento!...

Pasan como 2 horas virtuales. Miro mi reloj y en tiempo real, son sólo 20 minutos. Marita y yo estamos sentados en la habitación en silencio, cada uno con sus propias angustias. Mi cara me traiciona así que me pongo a jugar con el teléfono y me pongo de costado, para que ella no vea que estoy hecho un hisopo usado.


Quiero salir a fumar, pero no puedo. Tendría que caminar como 10 minutos para llegar a mi auto, porque el hospital, incluida el área de parqueo, es zona de no fumar. Evalúo el riesgo de fumar en el baño aunque sea medio cigarro, pero descarto la idea no por riesgosa sino porque me puedo perder cualquier detalle. Me ha pasado antes.

Las imaginaciones siguen alimentando mis emociones a rienda suelta. El teléfono casi se me cae debido al abundante sudor de mis manos. Siento que el corazón está al borde de saltar a un abismo. ¡Dios Mío, que todo salga bien! ¡Te ofrezco un brazo si es necesario! La Genial me responde: ¿Y qué haría Dios con tu brazo? Tendrías que ofrecerle tu vida, y no estás seguro de adonde irías, arriba o abajo… ¡No importa, te ofrezco mi vida pero que se salven las dos!

Mi mujer siempre ha conservado la ecuanimidad mejor que yo. Está mirando televisión y no se le ve ni siquiera preocupada. Me provoca decirle: ¿Pero no has visto la cara de bruto del médico? ¡Una de las enfermeras es oligofrénica, y tu hija y tu nieta están bajo las manos de esta gente! Por supuesto, no digo nada y sigo sufriendo y aguantando en silencio.

Sus Ojos
Mi cabeza parece vacía. Las imaginaciones están agotadas, y yo con ellas. Solo hay una inmensa angustia, negra, sin fondo. Me retiro a mi cuartito oscuro.

No puedo seguir sentado. Empiezo a caminar de la habitación a la puerta del área de operaciones, ida y vuelta, ida y vuelta.

Recuerdo a mi abuelo, que cuando nos portábamos mal, para calmarse, hacía lo mismo: de la sala al comedor, del comedor a la sala. ¡Pobre viejo, como lo hicimos sufrir! Una vez nos metimos al jardín de una casa vecina, solo por joder, y nos robamos una virgencita que estaba en una gruta.

Mi abuelo, hombre profundamente religioso, nos preguntó: ¿Y esta virgen? – La encontramos en la basura, abuelito – Pudimos ver como se iluminaba su rostro; ¡sus nietos eran de los elegidos! Me imagino que visualizaba Lourdes o Fátima en el Perú. Por varios días se le veía caminar casi en éxtasis, hasta que el fin de semana llegó mi padre de Chimbote y le contó la milagrosa aparición.

El viejo nos miró, no dijo nada y más tarde, cuando el abuelo no estaba presente, se sentó frente a nosotros, los elegidos, y cariñosamente nos preguntó: ¿De dónde mierda se han robado esa virgen, carajo? Ante tal demostración de amor paternal, inmediatamente le dijimos la verdad. No, si el amor abre las puertas de la honestidad y sinceridad. Tuvimos que devolverla, pedir disculpas y permanecer castigados por un mes. El abuelo nos perdonó el castigo al segundo día.

Repentinamente, ruido, pasos, la puerta se abre: “¡Es preciosa! ¡Todo salió bien y pesó casi cuatro libras!”, nos dice la enfermera en inglés.

Ojos y Actitud
Gradualmente, las cosas empiezan a volver a su color natural y el piso vuelve a ser sólido; en la mente escucho a Positiva gritarle “Jódete” a Aterradora y la vida vuelve a ser hermosa. Siempre me pasa lo mismo en situaciones límite: y ahora, ¿Cómo me debo comportar? ¿Qué debo decir? ¿Debo abrazar a mi mujer o gritar a todo pulmón? ¿Qué hago? ¿Qué le digo a mi hija? Cuanto más nervioso me pongo, menos auténtico me siento. Pero ya son años de experiencia, y salgo airoso. Abrazo a mi mujer, la beso, le digo a mi hija que la adoro y concluyo que ya celebraré más adelante. Solo. Soy sincero y emotivo, pero tengo torpeza emocional.

Mis emociones se amontonan en la puerta y salen en desorden al exterior.
Yo sé, porque lo he leído, que las mujeres tienen el Síndrome de Depresión Post Parto. Lo poco que pude entender es que hay un desbalance porque se le da mucha atención al bebe y la madre, que ha sido objeto de atención durante 9 meses se siente desplazada. En resumen, no le preguntes a tu hija sobre la bebe, pregúntale sobre ella, cómo se siente. Así que mi primera pregunta fue:

- ¿Y cómo se llama?
- Abigail…
- ¿Y a quién se parece? - Brutísimo yo, cuando conscientemente sé que todos los bebitos se parecen solo a los otros bebitos. Pero es la torpeza emocional. Felizmente, mi mujer y mis hijas ya me conocen. Me pregunto quién en la familia se ha llamado Abigail o un nombre parecido. Resultado: Cero. Me doy cuenta que no le he preguntado cómo se siente, así que le pregunto
- ¿Y cómo está la bebe?
- Todo bien, papito. Se la han llevado a la incubadora porque es prematura.

Mónica está muy bien, se le ve muy cansada. Después de todo, ha sido cesárea, y el indio Fernández no lo ha hecho mal, pero necesita reposo. Las enfermeras se ven ahora más limpias, más inteligentes y definitivamente más bonitas. Ya se fue la que me dijo que no tocara la computadora que hay en el cuarto. Ahora cuando trato de acercarme, mi mujer y mi hija me gritan.

Asi se siente...
De repente, me doy cuenta que todavía no le he dicho a mi hijita linda cuánto la quiero y cómo se siente. Me acerco una vez más y le pregunto:
- ¿Y sabes cuándo la podemos ver? - Esto es como hablar en otra lengua. Lo que quiero decir no sale y lo que sale no es lo que quiero decir.
- Pregúntale a la enfermera – Le doy un beso, y finalmente logro decirle “Te adoro, hijita linda”

Ahora, a buscar a la enfermera. La encuentro y me dice que podemos incluso entrar a la sala de incubadoras. Bajamos Marita y yo, nos hacen lavarnos los brazos, no las manos, por dos minutos enteros con jabón especial y nos ponen guantes, mandil y cuanto hay antes de dejarnos pasar.

Abigail está terminando de ser lavada y vestida, y es minúscula. Pesa 1 Kilo 750 gramos y está llena de cables pegados al pecho, la cabeza, las piernas. Parece un sapito rosado y tiene ya un chupón que le tapa media cara, al cual agarra con sus dos manitas. Los ojos abiertos como faroles y llena de vida. ¡Me dejan cargarla! ¿Nadie les ha hablado de mi torpeza? Solo veo los ojos de Marita como huevos duros porque ella sí sabe. Se me acerca sospechosamente. Ella cree que no me doy cuenta, pero no digo nada.

Los Cómplices
Tengo en mis brazos a mi nieta. Es más pequeña que mi antebrazo y sin embargo, transmite mucha energía. Es increíble. Ahora si estoy en terreno virgen. Nunca he estado en esta situación. Y ahora, ¿Qué hago? Por primera vez en mucho tiempo, me dejo llevar. Le miro los ojos grandes, hermosos. Tiene el ceño fruncido y se ve que está molesta. ¡Claro, ella tenía que salir dos meses después! Más gordita, más grande, más todo.

Súbitamente, ella me mira y de repente todo se va a la mierda. Las lágrimas se me salen, es una mezcla de felicidad con temor, de inmensidad y eternidad con la fragilidad de esta cosita que tengo enfrente. Estoy absolutamente perdido. Me doy cuenta que ahora quiero vivir hasta que ella sea grande, quiero verla crecer, estudiar, trabajar, tener hijos, quiero ser parte de toda su vida. ¡Qué locura!

Lo más importante de todo esto, es como siempre, el amor. Conforme uno envejece, resulta más difícil acercarse a la gente, y mucho más difícil hacer amigos. La piel está curtida, las cicatrices emocionales han dejado huellas profundas y evitamos acercarnos a otros seres humanos. A esto le llamamos “respeto por nuestra privacidad”. A mí por lo menos, me resulta muy difícil entablar una relación de amistad verdadera a mi edad. No es fácil abrir el corazón a los 60 años.

Y llega esta cosita, me mira a los ojos y todas las barreras, mecanismos de defensa, trucos psicológicos que usamos para proteger nuestros sentimientos y emociones son barridos de un soplo, y estoy dispuesto a darle todo, todo a este sapito rosado…

Ha pasado poco más de un año. El sapito rosado se ha convertido en un pequeño, hermoso e impetuoso tornado. Su abuelo es sin duda, su juguete más grande y hace lo que le da la gana conmigo. Tiene los ojos mas grandes y lindos del mundo y es curiosa, vehemente, impaciente, aventurera y cochina como su abuelo. Conmigo tiene una relación que es a todas luces diferente que con los demás miembros de la familia. Estamos conectados a otro nivel.

Ella y yo
Yo doy gracias a Dios que la veo por lo menos dos veces por semana, y si alguien me pregunta que se siente ser abuelo, como mi prima China me preguntó hace un tiempo, ya tengo una respuesta clara y definitiva: “Es como llegar al cielo”. Esto para los que no son abuelos. Los que ya lo son, saben perfectamente de que estoy hablando.

Ni más ni menos

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